Dios concede a los laboriosos ángeles
tardes libres para jugar.
Me encontré con uno,
olvidé a mis compañeros,
todo, inmediatamente, por él.
Dios llama a los ángeles puntualmente,
a la caída del sol.
Perdí al mío.
¡Qué aburridas las canicas
después de haber jugado a las coronas!
(de: El viento comenzó a mecer la hierba - Nórdica Libros, Madrid, 2014)
(acuarela: Susana Benet)
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