sábado, 3 de diciembre de 2022

CUENCA EN NOVIEMBRE (continuación)




 

VIAJE A CUENCA-II

Veo hileras de viñas podadas, que apenas emergen del suelo. La tierra tiene un color ocre rojizo.

La estación de Requena se ve desierta. Sólo unos pocos viajeros que acaban de descender del tren.

El cielo tiene un fondo azul, cubierto en parte por amplias nubes blancas y algunas más finas, de tono gris morado. Falta media hora para nuestro destino.

¿Por qué me molestarán tanto las voces ajenas? Yo también hablo a veces, pero procuro hacerlo en voz muy baja como en una iglesia o  en una lectura poética.

Acabo de ver dos arbolitos amarillos. Nos adentramos en el interior de la provincia.

En los ribazos, junto a las vías, crecen matorrales de colores tristes. También el cielo se oscurece cada vez más. Menos mal que llevamos paraguas.

¿Soy insociable? A veces soy muy sociable y disfruto de la compañía, pero en general estoy mejor sola. Y si me reúno con alguien, prefiero que las citas sean breves, de dos horas a lo sumo. Al cabo de ese tiempo, siento deseos de huir. Es algo que viene de muy atrás, esa incomodidad cuando mi madre me llamaba, interrumpiendo mis juegos, para ordenarme poner la mesa o ayudarla a plegar las sábanas. Yo estaba entonces enfrascada en mis fantasías, como dentro de un huevo acogedor, por eso obedecía de mala gana, añorando volver cuanto antes a mi soledad.

Los pinos van adquiriendo el tono sombrío del cielo. Ahora, un embalse de aguas azul verdosas, con un pequeño islote en medio cubierto por vegetación.

El tren avanza. Se va lo verde y llegan los colores ocres de la tierra.

A lo lejos, camiones con los faros encendidos, luces ámbar entre las masas azuladas de los pinares.


Aunque se inclina,

el álamo amarillo

apunta al cielo.




(fotografía: Susana Benet)


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