La lluvia, al cesar, devuelve los nítidos colores a las cosas que, de pronto, se muestran en su pura desnudez. Ya no las envuelve el aura engañosa del sol. Incluso los sonidos se propagan por el aire con una extraña claridad, como notas vertidas por finos instrumentos. La tarde tiene color de tarde. No el festivo brillo de los interminables atardeceres del verano. Sobre las brumas del cielo, el color de las begonias, todavía húmedas, parece pintado por un delicado pincel. El verdor de los árboles fluye como un río. Y al abrir la ventana siento que el acre olor del bullicioso asfalto ha sido barrido por el agua, como las breves hojas que ahora reposan, primorosamente limpias, sobre los charcos.
Cesó la lluvia.
Qué transparente el canto
de los gorriones.
Hasta aquí llega el olor de esa lluvia... Precioso haiku.
ResponderEliminarMe alegra que te guste. Ahí, en tu tierra, parece que todo está más limpio, hasta las paredes de las casas, gracias a la lluvia. Por eso me atraen tanto vuestros paisajes. Aquí llueve poco y cada vez que llueve es un acontecimiento. Saludos.
ResponderEliminarHas enlazado admirablemente las tres partes, la flora, la prosa y el verso.
ResponderEliminarLa lluvia resbala sobre los tres en perfecta armonía.
No pareces humana. Es tu alma la que escribe y describe. ¿Verdad?
Hermoso texto: musical, sutilmente musical acariciando la humedad del verdor con una serena pausa en cada cadenza. Haces sentir el olor vivo de la naturaleza y la profunda evocación de un sentimiento que se abre, tintinea y calla a la vez.
ResponderEliminarAlfonso.