lunes, 2 de noviembre de 2015

DOS DE NOVIEMBRE







Hoy el día no amanece, sino que se prolonga la noche hasta bien entrada la mañana. Será por eso que los gatos siguen dormidos, sin reclamar su comida, sumidos en un dulce letargo que parecen contagiar a todo cuanto les rodea. La habitación en penumbra también duerme, y los retratos sumergidos en sus marcos, las sábanas arrugadas en un largo desmayo, las cortinas inmóviles como niebla tras la que suena débilmente la lluvia. Todo dormita ensimismado. Ninguna voz perturba este solemne silencio. Ni los pájaros, inmóviles en su jaula, alborotan con su estridente charla. Noviembre se asoma tristón tras los cristales, como si aún guardase luto por los difuntos. Al asomarme a la ventana, los árboles petrificados como enormes estatuas de un verde mausoleo, reposan goteantes. La luz es un turbio velo, una leve catarata que emborrona el paisaje. Tras las hojas de la acacia, casi desnuda, se yergue rígido el ciprés como un dedo severo que apunta al Más Allá, figura fantasmal que nos evoca a aquellos que duermen abismados en la infinita calma.


Dos de noviembre.
Un ciprés solitario
vela tu sueño.






(fotografía: Susana Benet)


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