Lo
olvidado,
de Susana Benet
Galería Imprevisual, 5 de febrero de 2016
Lo primero que llama la atención en este
libro de Susana Benet, Lo olvidado,
es su belleza física. Esta belleza lleva aparejada un tempo lento. Hay que extraer el libro de la bolsa, ver la señal de
página, que tiene mucha
importancia, dado que no hay paginación y hay que leer
el haiku:
“También los pétalos
marchitos de las
flores
visten la mesa”.
Es preciso mirar con detenimiento este
objeto, pasar lentamente los dedos por la hermosa encuadernación. Todo un
ritual de aproximación que nos conduce a la lectura especial que requiere este
libro.
Felicitamos a los editores colombianos,
Frailejón Editores, que han sabido dar
el espacio que merecen los poemas de Susana Benet.
Susana Benet es una poeta reconocida que ha
publicado hasta ahora libros inolvidables: Faro
del bosque, Lluvia menuda, Huellas de escarabajo, La durmiente y, hace unos
meses, La enredadera, que recoge sus
haikus.
En Lo
olvidado no todo son haikus, pero se puede decir que en los poemas
incluidos en este libro hay un aire de haiku: brevedad, intensidad, brillo de
la naturaleza.
El haiku, según se nos cuenta en la
introducción a Poemas japoneses a la
muerte escritos por poetas de haiku (DVD Ediciones), procedería del Renga: grupos de versos de 17
sílabas (5, 7, 5) y catorce (7 y 7). Fue Matsuo Batso (1644-1694), uno de los
poetas de haikus más importantes. Él y sus discípulos optaron por componer sólo
el pasaje inicial del Renga, el hokku o fase de apertura, como un poema en sí
mismo al que se le llamó haikai y después haiku.
En el prólogo a la antología de haiku
contemporáneo en español, Un viejo estanque, preparada por Susana
Benet y Frutos Soriano, se dice que todo haiku “es una cierta instantánea
visual y asimismo una escuela de cómo mirar”. Se trata, además, de “una poesía
de la sensación o un breve poema sensitivo”.
Lo primero que enseñan o enseñaban en una
formación artística es a saber mirar, a ver, que no es poco. Como dice Antonio
Rivero Taravillo en un comentario al último libro publicado de Susana Benet, La enredadera: “Ver es el preámbulo del
decir, su antecedente necesario”.
Las
artes no están separadas en oriente, como en el arte occidental. En la pintura
china, por ejemplo, se aprende técnica de los maestros, pero no se imita la
naturaleza. Cuando ya se domina la técnica, el pintor chino sale al campo y medita
sobre el agua, el paisaje. Después, de vuelta a casa, intenta recrear el estado
de ánimo que le suscitó su disfrute, acompañado de unas palabras. Es decir:
pintar es como escribir un poema. O como dijo Leonardo: “La pintura es la
poesía que se ve”. El pintor plasma su impresión y la acompaña con palabras. No
es de extrañar que los impresionistas se interesaran tanto con esa forma de
entender el arte. Aunque no dieran el paso de unir imagen y palabra.
Susana Benet sí lo ha dado, como pudimos ver,
hace poco, en la exposición Instantes
pintados, con acuarelas de Gabriel Alonso, verdadero manifiesto de lo que
se puede lograr vinculando lo que de hecho existe unido: imagen y palabra.
También en su libro Jardín se asocian
ambas. Asimismo lo podemos ver en su blog, Noches
blancas, en donde los poemas se acompañan de acuarelas propias.
Como dice García Martín en una reseña
reciente a La enredadera: “Saber
mirar, saber decirlo en las diecisiete sílabas del haiku (ni una más ni una
menos), en eso se resume el arte de Susana Benet. En sus versos no hay
pastiches orientalistas ni artificiosas iluminaciones más o menos zen, hay una
jaula oxidada en la basura”.
Lo más interesante de la poesía de Susana
Benet, no sólo de los haikus, es que logra fundir la poesía oriental con la
occidental de una manera genuina. No trata de acomodarse a formas que le han
sido ajenas, sino de fundir su intención con la tradición poética occidental. Y
esta fusión abre un aire de libertad, nuevos horizontes y posibilidades.
Con la poesía de Susana Benet aprendemos a
mirar, a captar la vida, a contemplar la hondura de cada instante.
Las palabras resbalan en desnudez extrema
para decir verdades universales, por ejemplo: la fugacidad del placer que se
vuelca rápidamente en el olvido. Ya en el primer poema de Lo olvidado, se sumerge al lector en una esfera en que la vida
sucede implacable, pero nos llena, a la vez, de serenidad y aceptación, dado
que, por encima de todo, transcurre su belleza:
“Tan rara es la
alegría.
tan fugaz el placer
cuando se alcanza”.
Una belleza inquietante que invita siempre a
la contemplación para descubrir que la vida puede vivirse en varias dimensiones
y puede suceder todo a la vez: el día y la noche, como ocurre en el poema que
lleva por título “La sombra del pasillo”:
“Creo haber
despertado.
Y no es cierto.
La sombra del pasillo
es otra noche
que recorro con paso
sosegado.
Detrás de las
ventanas brilla el sol,
se eleva la
estridencia de los pájaros,
las señales sonoras
de la vida.
Mientras, yo
permanezco todavía
sumida en el letargo,
cautiva de la niebla,
protegida del filo
hiriente de la luz.”
De la misma manera, el recuerdo del peral en
flor permanece en sus venas:
“Y si alguien
preguntase
por mí, por qué no
vuelvo,
decid que mi memoria
no marchita sus
flores,
que sus raíces siguen
el curso de mis
venas.”
Puede retenerse el instante en tres versos,
ese instante que habla de algo más hondo, que dibuja un perfil capaz de
expresar lo que es la vida, bajo la capa de cotidianeidad:
“Motas de polvo.
Una brizna de luz
enciende el aire.”
La vida es naturaleza. Susana Benet se
sumerge en el entorno porque es “una sombra /callada que respira”.
El viento llama a su puerta: “Nadie ha
llamado/ a mi puerta en dos días, / salvo el viento”.
La fugacidad de la vida se transforma en
permanencia por la capacidad de Susana Benet de captar lo esencial, por ejemplo,
en “Acuarela”:
“Ya no es papel, es
aire,
serena transparencia
que sostiene
la sencilla verdad de
las figuras”.
Una permanencia de aire y de rastros, de Ráfagas, título de su colección de
haikus premiada en Colombia.
Delimitar así, como lo hace Susana Benet, una
vivencia, una intuición, es verdaderamente prodigioso. Porque capta con sus
palabras un destello que irradia y se presta a múltiples interpretaciones.
Por ejemplo, en la oscuridad de la vida
humana hay “una fresca luz que traspasa/el peso de las sombras”.
En “Revelación” la muerte abre otro mundo de
paz infinita, que nada tiene que ver con “el silencio, / tan ajeno a la vida”.
En otro poema ya citado, el que se repite en la señal de página, “También los
pétalos/ marchitos de las flores/ visten la mesa”. Delicadamente, con tacto de
pétalo, se nos sugiere que todo, también la muerte, puede engalanar la
existencia.
En otro poema que lleva por título “De qué me
serviría”:
“No menosprecio
el más mísero
instante
que a tu lado la vida
me conceda.
No sólo el más feliz,
tampoco el más
amargo.”
La autora concibe el mundo como totalidad:
toda la naturaleza se vuelca hacia la luz. Todos los rostros son “una mínima
parte de otro rostro/armónico, total, inabarcable” (“El rostro”).
En este poema y en “Invierno” parece que la
autora intuye el mundo de los fractales:
“Leve bruma de
invierno
sobre el rojo apagado
de los geranios (…)
Bajo el inmóvil cielo
parece que la tierra
se haya dormido
y que el jardín,
desdibujado,
no sea más que un
sueño.”
Es decir: se repite lo mínimo en lo máximo, y
al revés: los geranios y la tierra en su totalidad.
Lo mismo sucede en “Tres en raya”. Una escena
doméstica, pero inquietante: tres gatos en su danza hasta que el rayo estalla
en el cristal de sus pupilas.
El deber del poeta, entre otros, es indagar
sobre las apariencias. Susana Benet, bajo la clara cotidianeidad, nos sumerge
en una esfera inquietante: si nuestros ojos miran sin poder apresar las
imágenes, la mente se adentra en un profundo vacío sin figuras (“La mirada”). La
mirada tiene, además, la capacidad de evocar, de invocar presencias perdidas,
como puede verse en “Humo”:
No estás aquí, tan
solo queda
una delgada sombra
al lado de la mesa
donde tú
antaño te sentabas.
Bajo esta escasa luz
te vuelvo a ver (…).
En medio de la contemplación, de pronto,
emerge la soledad. Como advertimos en “Nubes de lluvia”:
“Nadie con quien
mirar
por la ventana.”
O en “Viento”:
“Sus ráfagas heladas
agitan mi interior
inhóspito y oscuro
como el más crudo
invierno.”
No es habitual en la poesía oriental, en los
haikus, que aparezcan estos momentos personales. Pero Susana Benet, ya lo hemos
dicho, ha sabido apartarse de una senda rígida, ortodoxa, para ofrecernos poemas
nada convencionales y con temas que, habitualmente no se tratan en este género.
El poema que lleva por título “Lo olvidado”
transforma esa naturaleza, esas ruinas, esas callejas por donde nadie transita,
en “la vacua plenitud de lo olvidado”. Llama la atención hacia lo esencial:
“Internarme ligera en
la espesura
de secretos parajes”
El silencio, la soledad, la naturaleza, nos
evocan otros versos de San Juan de la Cruz:
“Y entremos más
adentro en la espesura”
Encontramos en este hermoso libro, Lo olvidado, una identificación con
flores, brotes, pájaros y gatos, elementos también de la naturaleza: el gato
busca “la mínima evidencia que demuestre/ que amé, que estuve viva”
(“Huellas”). La voz de otro gato es su “propia voz vibrando/al fondo del
lamento interminable”.
Como dice José Luis Morante, en un comentario
en su blog, Puentes de papel: nos
hallamos ante una poesía “hecha con matices que enriquecen la grata apariencia
de lo más humilde.”
En definitiva: les animo a disfrutar la
belleza de este libro, Lo olvidado,
con un título que parece ser una antífrasis de lo que nos sucede a quienes nos
acercamos a leerlo: imposible olvidar su belleza en todos los sentidos. Me
recuerda la placidez que provoca la contemplación de paisajes pintados por
artistas chinos, a quienes me refería al principio. Los pintaron para provocar
una meditación profunda y eran contemplados y meditados al modo con que se abre
un libro de poesía y se lee y relee un hermoso poema. Tomemos en nuestras manos
Lo olvidado, despacio, disfrutando
las sensaciones táctiles y visuales que nos produce su encuadernación artesanal
y adentrémonos en su interior, aún más bello.
(Familia y amigos)
(fotografías: Gabriel Alonso)
¡Bellísimo, Susana!
ResponderEliminarFelicitaciones por tu nuevo libro, que estará lejos de “lo olvidado...”
Me han emocionado las hermosas palabras de Teresa. Hermosas y encantadoramente precisas, sencillas y luminosas, acorde con tu poesía. Y tan merecidas, por cierto.
Es bueno sentir esta cercanía, pese a la distancia...
Te deseo lo mejor, amiga.
Un gran abrazo.
Muchas gracias, Juan Carlos. Me alegra que comentes el texto de Teresa, que a mí también me parece muy emotivo. Besos
ResponderEliminarDónde puedo comprar "Lo olvidado"? Muchas gracias.
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