miércoles, 10 de febrero de 2016

TEXTO de TERESA GARBÍ

Continuando con la entrada anterior sobre la presentación de Lo olvidado, incluyo el texto escrito y leído  por Teresa Garbí que sirvió de amena introducción y que le agradezco por sus sensibles palabras.






Lo olvidado, de Susana Benet
Galería Imprevisual, 5 de febrero de 2016

Lo primero que llama la atención en este libro de Susana Benet, Lo olvidado, es su belleza física. Esta belleza lleva aparejada un tempo lento. Hay que extraer el libro de la bolsa, ver la señal de página, que tiene mucha 
importancia, dado que no hay paginación y hay que leer el haiku:

“También los pétalos
marchitos de las flores
visten la mesa”.

Es preciso mirar con detenimiento este objeto, pasar lentamente los dedos por la hermosa encuadernación. Todo un ritual de aproximación que nos conduce a la lectura especial que requiere este libro.
Felicitamos a los editores colombianos, Frailejón Editores,  que han sabido dar el espacio que merecen los poemas de Susana Benet.
Susana Benet es una poeta reconocida que ha publicado hasta ahora libros inolvidables: Faro del bosque, Lluvia menuda, Huellas de escarabajo, La durmiente y, hace unos meses, La enredadera, que recoge sus haikus.
En Lo olvidado no todo son haikus, pero se puede decir que en los poemas incluidos en este libro hay un aire de haiku: brevedad, intensidad, brillo de la naturaleza.
El haiku, según se nos cuenta en la introducción a Poemas japoneses a la muerte escritos por poetas de haiku (DVD Ediciones),  procedería del Renga: grupos de versos de 17 sílabas (5, 7, 5) y catorce (7 y 7). Fue Matsuo Batso (1644-1694), uno de los poetas de haikus más importantes. Él y sus discípulos optaron por componer sólo el pasaje inicial del Renga, el hokku o fase de apertura, como un poema en sí mismo al que se le llamó haikai y después haiku.
En el prólogo a la antología de haiku contemporáneo en español,  Un viejo estanque, preparada por Susana Benet y Frutos Soriano, se dice que todo haiku “es una cierta instantánea visual y asimismo una escuela de cómo mirar”. Se trata, además, de “una poesía de la sensación o un breve poema sensitivo”.
Lo primero que enseñan o enseñaban en una formación artística es a saber mirar, a ver, que no es poco. Como dice Antonio Rivero Taravillo en un comentario al último libro publicado de Susana Benet, La enredadera: “Ver es el preámbulo del decir, su antecedente necesario”.
 Las artes no están separadas en oriente, como en el arte occidental. En la pintura china, por ejemplo, se aprende técnica de los maestros, pero no se imita la naturaleza. Cuando ya se domina la técnica, el pintor chino sale al campo y medita sobre el agua, el paisaje. Después, de vuelta a casa, intenta recrear el estado de ánimo que le suscitó su disfrute, acompañado de unas palabras. Es decir: pintar es como escribir un poema. O como dijo Leonardo: “La pintura es la poesía que se ve”. El pintor plasma su impresión y la acompaña con palabras. No es de extrañar que los impresionistas se interesaran tanto con esa forma de entender el arte. Aunque no dieran el paso de unir imagen y palabra.
Susana Benet sí lo ha dado, como pudimos ver, hace poco, en la exposición Instantes pintados, con acuarelas de Gabriel Alonso, verdadero manifiesto de lo que se puede lograr vinculando lo que de hecho existe unido: imagen y palabra. También en su libro Jardín se asocian ambas. Asimismo lo podemos ver en su blog, Noches blancas, en donde los poemas se acompañan de acuarelas propias.
Como dice García Martín en una reseña reciente a La enredadera: “Saber mirar, saber decirlo en las diecisiete sílabas del haiku (ni una más ni una menos), en eso se resume el arte de Susana Benet. En sus versos no hay pastiches orientalistas ni artificiosas iluminaciones más o menos zen, hay una jaula oxidada en la basura”.
Lo más interesante de la poesía de Susana Benet, no sólo de los haikus, es que logra fundir la poesía oriental con la occidental de una manera genuina. No trata de acomodarse a formas que le han sido ajenas, sino de fundir su intención con la tradición poética occidental. Y esta fusión abre un aire de libertad, nuevos horizontes y posibilidades.
Con la poesía de Susana Benet aprendemos a mirar, a captar la vida, a contemplar la hondura de cada instante.
Las palabras resbalan en desnudez extrema para decir verdades universales, por ejemplo: la fugacidad del placer que se vuelca rápidamente en el olvido. Ya en el primer poema de Lo olvidado, se sumerge al lector en una esfera en que la vida sucede implacable, pero nos llena, a la vez, de serenidad y aceptación, dado que, por encima de todo, transcurre su belleza:
“Tan rara es la alegría.
tan fugaz el placer
cuando se alcanza”.

Una belleza inquietante que invita siempre a la contemplación para descubrir que la vida puede vivirse en varias dimensiones y puede suceder todo a la vez: el día y la noche, como ocurre en el poema que lleva por título “La sombra del pasillo”:
“Creo haber despertado.
Y no es cierto.
La sombra del pasillo es otra noche
que recorro con paso sosegado.

Detrás de las ventanas brilla el sol,
se eleva la estridencia de los pájaros,
las señales sonoras de la vida.

Mientras, yo permanezco todavía
sumida en el letargo, cautiva de la niebla,
protegida del filo hiriente de la luz.”

De la misma manera, el recuerdo del peral en flor permanece en sus venas:

“Y si alguien preguntase
por mí, por qué no vuelvo,
decid que mi memoria
no marchita sus flores,
que sus raíces siguen
el curso de mis venas.”

Puede retenerse el instante en tres versos, ese instante que habla de algo más hondo, que dibuja un perfil capaz de expresar lo que es la vida, bajo la capa de cotidianeidad:

“Motas de polvo.
Una brizna de luz
enciende el aire.”

La vida es naturaleza. Susana Benet se sumerge en el entorno porque es “una sombra /callada que respira”.
El viento llama a su puerta: “Nadie ha llamado/ a mi puerta en dos días, / salvo el viento”.
La fugacidad de la vida se transforma en permanencia por la capacidad de Susana Benet de captar lo esencial, por ejemplo, en “Acuarela”:
“Ya no es papel, es aire,
serena transparencia que sostiene
la sencilla verdad de las figuras”.

Una permanencia de aire y de rastros, de Ráfagas, título de su colección de haikus premiada en Colombia.
Delimitar así, como lo hace Susana Benet, una vivencia, una intuición, es verdaderamente prodigioso. Porque capta con sus palabras un destello que irradia y se presta a múltiples interpretaciones.
Por ejemplo, en la oscuridad de la vida humana hay “una fresca luz que traspasa/el peso de las sombras”.
En “Revelación” la muerte abre otro mundo de paz infinita, que nada tiene que ver con “el silencio, / tan ajeno a la vida”. En otro poema ya citado, el que se repite en la señal de página, “También los pétalos/ marchitos de las flores/ visten la mesa”. Delicadamente, con tacto de pétalo, se nos sugiere que todo, también la muerte, puede engalanar la existencia.
En otro poema que lleva por título “De qué me serviría”:

“No menosprecio
el más mísero instante
que a tu lado la vida me conceda.
No sólo el más feliz,
tampoco el más amargo.”

La autora concibe el mundo como totalidad: toda la naturaleza se vuelca hacia la luz. Todos los rostros son “una mínima parte de otro rostro/armónico, total, inabarcable” (“El rostro”).
En este poema y en “Invierno” parece que la autora intuye el mundo de los fractales:

“Leve bruma de invierno
sobre el rojo apagado
de los geranios (…)
Bajo el inmóvil cielo
parece que la tierra
se haya dormido
y que el jardín, desdibujado,
no sea más que un sueño.”

Es decir: se repite lo mínimo en lo máximo, y al revés: los geranios y la tierra en su totalidad.
Lo mismo sucede en “Tres en raya”. Una escena doméstica, pero inquietante: tres gatos en su danza hasta que el rayo estalla en el cristal de sus pupilas.

El deber del poeta, entre otros, es indagar sobre las apariencias. Susana Benet, bajo la clara cotidianeidad, nos sumerge en una esfera inquietante: si nuestros ojos miran sin poder apresar las imágenes, la mente se adentra en un profundo vacío sin figuras (“La mirada”). La mirada tiene, además, la capacidad de evocar, de invocar presencias perdidas, como puede verse en “Humo”:

No estás aquí, tan solo queda
una delgada sombra
al lado de la mesa donde tú
antaño te sentabas.
Bajo esta escasa luz te vuelvo a ver (…).

En medio de la contemplación, de pronto, emerge la soledad. Como advertimos en “Nubes de lluvia”:

“Nadie con quien mirar
por la ventana.”
O en “Viento”:
“Sus ráfagas heladas
agitan mi interior
inhóspito y oscuro
como el más crudo invierno.”

No es habitual en la poesía oriental, en los haikus, que aparezcan estos momentos personales. Pero Susana Benet, ya lo hemos dicho, ha sabido apartarse de una senda rígida, ortodoxa, para ofrecernos poemas nada convencionales y con temas que, habitualmente no se tratan en este género.
El poema que lleva por título “Lo olvidado” transforma esa naturaleza, esas ruinas, esas callejas por donde nadie transita, en “la vacua plenitud de lo olvidado”. Llama la atención hacia lo esencial:

“Internarme ligera en la espesura
de secretos parajes”

El silencio, la soledad, la naturaleza, nos evocan otros versos de San Juan de la Cruz:

“Y entremos más adentro en la espesura”

Encontramos en este hermoso libro, Lo olvidado, una identificación con flores, brotes, pájaros y gatos, elementos también de la naturaleza: el gato busca “la mínima evidencia que demuestre/ que amé, que estuve viva” (“Huellas”). La voz de otro gato es su “propia voz vibrando/al fondo del lamento interminable”.

Como dice José Luis Morante, en un comentario en su blog, Puentes de papel: nos hallamos ante una poesía “hecha con matices que enriquecen la grata apariencia de lo más humilde.”

En definitiva: les animo a disfrutar la belleza de este libro, Lo olvidado, con un título que parece ser una antífrasis de lo que nos sucede a quienes nos acercamos a leerlo: imposible olvidar su belleza en todos los sentidos. Me recuerda la placidez que provoca la contemplación de paisajes pintados por artistas chinos, a quienes me refería al principio. Los pintaron para provocar una meditación profunda y eran contemplados y meditados al modo con que se abre un libro de poesía y se lee y relee un hermoso poema. Tomemos en nuestras manos Lo olvidado, despacio, disfrutando las sensaciones táctiles y visuales que nos produce su encuadernación artesanal y adentrémonos en su interior, aún más bello.




 (Familia y amigos)



(fotografías: Gabriel Alonso)



3 comentarios:

  1. ¡Bellísimo, Susana!
    Felicitaciones por tu nuevo libro, que estará lejos de “lo olvidado...”
    Me han emocionado las hermosas palabras de Teresa. Hermosas y encantadoramente precisas, sencillas y luminosas, acorde con tu poesía. Y tan merecidas, por cierto.
    Es bueno sentir esta cercanía, pese a la distancia...

    Te deseo lo mejor, amiga.
    Un gran abrazo.

    ResponderEliminar
  2. Muchas gracias, Juan Carlos. Me alegra que comentes el texto de Teresa, que a mí también me parece muy emotivo. Besos

    ResponderEliminar
  3. Dónde puedo comprar "Lo olvidado"? Muchas gracias.

    ResponderEliminar