Agosto. Todo el día zumba el ventilador, zumba el tráfico en la calle y a lo lejos retumba otro zumbido, el de los coches de Fórmula 1 que abrasan el asfalto de un circuito que bulle al mediodía. Da calor el rugido estridente de los motores en pleno bochorno veraniego.
Las plantas languidecen asomadas al balcón, se desprenden sus hojas agostadas, amarillean los tallos invadidos por invisibles plagas. Se reseca la tierra en las macetas. Ni un soplo de brisa despereza los árboles inmóviles. Apenas se oye el canto aletargado de las tórtolas.
La gente camina despacio por las aceras, arrimándose a la delgada sombra de los edificios. El sol cegador les hace bajar la vista al suelo, mientras avanzan como sonámbulos diurnos hacia el grato refugio de una penumbra. Arde el sol en las azoteas, en los balcones desiertos, en las persianas cerradas de los comercios, en las áridas fachadas orientadas al sur.
Cómo se estrecha
la sombra al mediodía.
No quepo dentro.
Sí, una fotografía digital, repito. Mi imaginación al leer tus haiku se dispara.
ResponderEliminarGracias.
Eva
Gran haibun. Se lee el calor y los sentimiento que imagen a imagen van aflorando. Gracias. Un abrazote
ResponderEliminarMi comentario esta vez, más prosaico, va dirigido a esa realidad de la sombra que se estrecha, sobre todo a mediodía, y que uno pegado a la pared trata de aprovechar al máximo para evitar el asfixiante sol. ¡Qué verdad!
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