Por fin llueve por las calles desiertas de un domingo de agosto. Violenta lluvia de verano que devuelve el frescor a las hojas de los árboles y desciende en rápidas cascadas sobre los troncos.
Domingo solitario de comercios cerrados y escasos transeúntes que se refugian bajo los toldos. Como luciérnagas, los faros encendidos de los coches. Con un fragor de río, el sonido del agua arrastrada por los neumáticos.
El cercano estallido de un rayo asusta a los gatos que huyen de la terraza.
El cielo es una mancha de tinta sobre las azoteas.
Cruza las sombras del jardín, el vuelo blanco de una tórtola.
Una súbita brisa sacude suavemente las hojas empapadas. Gotean temblorosos los geranios.
Por las aceras se abren, brillantes, los paraguas.
Viendo llover,
en la puerta del bar
el camarero.
Precioso, Susana. Me he sentido embriaga con tu lluvia de verano y me ha llegado (sí, me ha llegado) el olor de ese geranio de color rosa brillante.
ResponderEliminarUn beso. Toñi
Muy bonito, Susana, a pesar de estar en Madrid y no vivir la tormenta, he recordado las tormentas de verano de mi infancia
ResponderEliminares la belleza
ResponderEliminarsobre el blanco papel
de esa lluvia