LA SOLEDAD DE JACK
Después de haber vivido juntos
durante quince años, Jack ha perdido a su compañero Ron. Ya anunció su muerte
antes de que se produjera, lanzando largos maullidos por las noches. Ahora que
Ron se ha marchado para siempre, Jack vuelve a maullar con el mismo tono grave
y siniestro. Busca a su compañero por todos los rincones de la casa, huele su
ausencia, me mira con sus negras pupilas dilatadas, como si me interrogara. Por
mucho que lo acaricie y le hable dulcemente, no podré acabar con su tristeza.
La tristeza de los animales que, al igual que nosotros, sienten profundos
afectos y los demuestran. Al igual que nosotros buscan la compañía, el calor del contacto, la
presencia del otro aunque esta suponga, en ocasiones, disputas pasajeras por un
trozo de sofá o por un rayo de sol. Jack, el afectivo, se acercaba a lamer la
cabeza de Ron, mientras éste bebía agua. Sabía que su compañero estaba muy
débil y trataba de aliviarlo. También los animales, a quienes tan poco
conocemos, son capaces de sentir compasión. Un sentimiento que creemos poseer
solo los humanos. Jack, como un miembro más de la familia, contempló a Ron mientras este entraba en un
sueño profundo del que ya no despertaría. Cuando traje a casa sus cenizas, Jack
estuvo olisqueando el armario donde las guardé. ¿Era capaz de saber lo que
contenía aquella pequeña urna herméticamente sellada? Nunca antes había sentido
curiosidad por ese armario ni ahora se interesa ya por él. Solamente le atrajo en
el momento en que guardé lo que queda de Ron. Ahora ya sabe que su amigo no
volverá, pero sigue echándolo de menos y lamenta su soledad con profundos
maullidos.
(fotografía: Susana Benet)
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