Hay casas en las que uno se siente como en su propia casa. Son casas que se abren como una sonrisa, como un sincero abrazo de bienvenida. En su luz reconocemos algún grato momento del pasado, cierta atmósfera olvidada donde fuimos felices sin casi darnos cuenta. Son casas que nunca nos parecen extrañas, aunque jamás antes las hubiéramos pisado, porque huelen un poco a nuestra piel y poseen la grata calidez que añora nuestra alma. Tan íntimamente conectamos con ellas que nos cuesta abandonarlas y, aunque estemos de visita, nos gustaría interrumpir la charla con sus dueños y ovillarnos, como gatos, en alguno de sus plácidos rincones.
Pero hay otras casas opresivas que nos roban el aire en cuanto traspasamos el umbral, como una tensa garra en torno a la garganta. Su turbia claridad nos sobrecoge, su aire enrarecido aviva recónditos temores. Su oscuridad evoca la lobreguez de un nicho, los interminables túneles de nuestras pesadillas. En ellas nos asalta un intenso deseo de escapar. Evitamos hundirnos en sus sillones, adentrarnos por sus fríos pasillos a las alcobas, y forzamos, con un mínimo pretexto, la despedida.
Otras casas nos atraen desde fuera, como a los niños las casitas de chocolate. Imaginamos un mundo prodigioso detrás de sus paredes. Son casas que de pronto nos sorprenden al doblar un recodo, en alguna ciudad desconocida. Su presencia nos obliga a detener el paso unos momentos y contemplarlas antes de proseguir la marcha, dejándolas atrás con la misma nostalgia con la que vemos alejarse nuestra infancia.
Y también están las casas divisadas desde un tren, en medio del paisaje despoblado. Sólo cuatro paredes aún en pie, invadidas por zarzas y maleza, con gastadas molduras en las ventanas y rosales de añosos troncos prendidos a las grietas de sus muros. Ruinas que conservan vestigios de belleza, entregadas a la lenta devastación del tiempo; y que se unen, por un instante, a nuestro propio reflejo en el cristal.
No tiene puertas
ni techo y, sin embargo,
qué bella casa.
Es verdad que las casas también son recuerdo, vientre, misterio, esperanza.... Cuántas cosas vividas y soñadas entre cuatro paredes y también en la ausencia de pareces. Hermoso detenimiento y reflexión sobre las casas.
ResponderEliminarAyer,su música.
Las casas nunca mueren.
Halo, mañana.
Un beso
Jesús
Una reflexión exquisita sobre la casa entendida como hogar y sitio donde uno se proyecta, que se cierra con un colofón natural, pues no podría ser otro. Gracias.
ResponderEliminarY, mientras tanto, no te olvides de que aquí, en La Ñora, tienes tu Casahermosa... Un abrazo.
Cuanta razón tienes. Siempre he pensado que las casas reflejan la energía de las personas que las habitan, tanto en el presente como en el pasado y por tanto, si sabemos percibir, escuchar y ver, nos cuentan muchas historias de la personas que estuvieron y están en ellas
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