martes, 16 de enero de 2018

PROSA







LA SERENIDAD DEL ÁRBOL

No me canso de mirar ese árbol que crece delante de mis ventanas. Mi casa no sería la misma sin ese árbol que me acompaña en todas las horas del día y de la noche. En todas las estaciones. No me hacen falta calendarios, con solo mirarlo ya percibo la llegada del otoño o la primavera. Ahora mismo, mientras va desprendiéndose de hojas, sé que pronto llegará el invierno. En verano, su sombra cubre el asfalto como un pequeño oasis callejero.

Siempre me han fascinado los árboles. Esos seres robustos y firmes, tan parecidos en la forma a los humanos, con sus ramas alzadas como brazos o su copa inclinada como una enorme cabellera. Son seres generosos,  refugio de los pájaros y sus cantos. Presencias que embellecen las aceras. Piden poco. Apenas necesitan cuidados, excepto alguna lluvia que devuelva el brillo a sus hojas y alimente sus raíces.

Acabo de leer un artículo en el que afirman que los árboles ayudan a nuestra salud mental librándonos del estrés. No necesito que me lo digan los expertos. Si alguien cortara ese árbol que crece ante mi ventana, sé que mi estado de ánimo se vendría abajo, como su frondosa copa. Vería ante mí el inhóspito cemento de las fachadas desnudas. Sin embargo, parece que a muchas  personas les trae sin cuidado que crezcan árboles ante sus casas. Es más, no exigen que se repongan aquellos que han sido talados por alguna enfermedad, o que simplemente han desaparecido de sus alcorques, dejando un espacio de tierra estéril.

Afortunadamente, -y esto es algo que no tiene precio-, más allá de este árbol crecen otras especies en un pequeño parque urbano. Figuras que para mí representan humanas compañías, como el ascético ciprés que apunta solitario al cielo, la bulliciosa acacia que derrama su espléndida copa de flores amarillas o el espléndido ficus que proyecta la amable frescura de su sombra.

Esa presencia vegetal es más preciosa que la mejor escultura creada por el hombre, porque se esculpe a sí misma sin cesar. Incansable pulmón que purifica el aire, reteniendo la escasa humedad que nos deja la lluvia en tiempos de sequía, protegiéndonos del calor agobiante.

Quisiera contemplar la vida con la misma serenidad del árbol. Aceptando con firmeza de tronco y ternura de hoja los vaivenes caprichosos de la vida.

Noviembre, 2017



(fotografía: Susana Benet)






7 comentarios:

  1. Un texto muy cierto. Los árboles transmiten mucha serenidad. Un modo infalible es abrazarse a su tronco un buen rato. Ese gesto nos hermana con la naturaleza y con cualquier ser vivo. El texto es muy sugerente. Un abrazo.

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  2. Gracias, José Antonio. Habría que abrazarlos más y plantar unos cuantos más también. Besos,

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  3. Muy hermoso tu texto, Susana, y comparto contigo esa pasión por los árboles. Un abrazo

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  4. Muy interesante tu punto de vista,por desgracia es compartido no por aquellos que todos quisiéramos,me encanta la natura.
    Saludos.

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  5. Muchas gracias por comentar, Pascual. Y bienvenido. Saludos,

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  6. Gracias Grego, no había visto tu mensaje. Sé que tú también eres devoto de la naturaleza y los árboles. Un abrazo,

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  7. Quiero puntualizar que, al cabo de unos meses de esta entrada, el árbol ha sido talado. Estaba enfermo pero tampoco lo habían tratado. Simplemente vinieron y lo abatieron. No han plantado otro en su lugar. Es muy triste asomarse a la calle y ver el alcorque vacío.

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