miércoles, 28 de abril de 2010

HAIKU




Si parpadeo,
se ocultará en la grieta
la lagartija.



(Acuarela de Gabriel Alonso)



viernes, 23 de abril de 2010

LECTURA EN ALBACETE


Hoy quiero dedicar un espacio de este blog a la Gente del Haiku en Albacete. Ha sido un placer leer con ellos y compartir su entusiasmo por el haiku. También incluyo el haiku que me han premiado las Bodegas Florentino Martínez, y que leí, por primera vez, en ese recital.


En el silencio
fresco de la bodega,
se oye un goteo.


Y ya que se trata de vino, brindo a la salud de todos.

miércoles, 14 de abril de 2010

HAIKU






También los charcos,
por las calles de abril,
han florecido.










domingo, 11 de abril de 2010

HAIKU




Recogimiento.
En el jardín un pájaro
canta en voz baja.






lunes, 5 de abril de 2010

HAIBUN


PASEO POR EL TEDIO

Paseo por un barrio de calles anodinas, edificios desnudos, comercios con escaparates de escaso atractivo. Paseo sin más propósito que el de consumir el tiempo en una ciudad desconocida. Mis pasos me conducen hasta un mercado callejero, donde se exhiben frutas y verduras de intensos colores, dispuestas en fragantes pirámides. Me detengo para tomar una fotografía, pero la gente que circula de un lado a otro, se interpone entre los puestos atestados y mi cámara. Finalmente desisto y reanudo el paseo con desgana y con cierta frustración, dejando atrás el enjambre humano zumbando entre los frutos. El sol brilla con fuerza sobre las estrechas calles por las que asciendo hasta una amplia plaza con un mínimo jardín, una sencilla iglesia, desiguales edificios y bares con terraza, donde la gente consume sus bebidas entre ociosas conversaciones. Al pasar junto al quiosco de revistas percibo un intenso olor de azahar. Justo al lado, un robusto naranjo derrama pétalos amarillentos sobre la acera. La plaza rectangular ocupa un lugar elevado a poca distancia del puerto. Avanzo hacia un mirador cercano, al que me asomo sin demasiada convicción. El puerto está abarrotado por interminables grúas y contenedores que apenas dejan ver el mar. Me alejo de mi puesto de observación, dispuesta a concluir el insípido paseo. Mis pies empiezan a resentirse por el calor y la presión de las botas.
Quiosco al sol.
Pétalos de azahar
en los periódicos.

Recorro de nuevo la plaza por la parte sombreada, huyendo del implacable sol, cuando descubro una puerta entreabierta. La claridad que brota de su interior captura mi interés y penetro con la misma actitud reverencial con que cruzaría el umbral de un templo. Descubro un estrecho vestíbulo, adornado por un friso de oscuros azulejos que contrasta con la blancura de los muros y el perfil amarillo de los arcos que conducen a la escalera. Como en un juego de espejos, los arcos y las alegres lámparas del techo se repiten hacia la cálida penumbra del fondo. Seducida por el inesperado hallazgo, tomo una fotografía, una imagen plana en la que no podré atrapar la limpieza
y suavidad del aire, los variados matices de la luz, el frescor que penetra en mi cuerpo como lluvia invisible, el silencio que colma mis oídos. Intrusa en el recinto extraño, inmersa en su plácida atmósfera, me parece regresar al grato cobijo de mi casa. Instante irrepetible, inapresable, delicioso final para un fatigoso paseo por el tedio.


Por la escalera
del oscuro zaguán,
desciende el sol.