VERDOR Y VIDA
He regresado de Oviedo,
donde el verdor está presente en cada rincón. No sólo en la ciudad, con ese
hermoso parque de San Francisco, y en sus calles perfectamente arboladas,
limpias, luminosas incluso en días nublados, sino también en las afueras,
en esas montañas que rodean la ciudad y
pueden contemplarse desde el centro urbano, velando el horizonte. Es cierto que
allí llueve y aquí no. Pero también es cierto que no había un solo árbol
descuidado o sin podar. Ningún alcorque vacío.
Regreso a mi ciudad, me
asomo a las ventanas y solo veo un jardín mutilado, huecos vacíos donde antes
crecían frondosos árboles. Faltan dos en la acera frente a mi casa y otro en el
seto central, una preciosa acacia de flores amarillas que talaron sin
contemplaciones para trazar un carril bici. Seguramente las raíces entorpecían
la obra y, claro, en lugar de desviar un poco el carril o resolver el problema
de las raíces, prefirieron abatir el árbol que tanta sombra y frescor daba.
Ellos deben saber… son jardineros y urbanistas, aunque tal vez el urbanismo
goza de más favor que la jardinería. ¿Qué importa un árbol más o menos? Lo
importante es el carril, que da imagen de ciudad civilizada, europea,
vanguardista.
Pues bien, en el parque de
San Francisco, en Oviedo, hay un árbol seco, un tronco deformado que se inclina
hacia el suelo, pero que han conservado tal cual, apoyado en recios bloques de
piedra para evitar su desplome. Han conservado el árbol, a pesar de todo. Han
acudido al ingenio antes que abatir ese árbol sin vida, pero bello.
Anuncian que aumentará el
calor este verano. Arderá el asfalto sin
sombra, las aceras, los pasos de cebra, las líneas que marcan los carriles, la
tierra calcinada de los alcorques. Mientras bicis y patinetes pasan veloces
ignorando que bajo sus ruedas antes crecía la vida.
(fotografías: Gabriel Alonso y Susana Benet)