miércoles, 26 de diciembre de 2018

AFORISMOS de ROGER SWANZY








Enamorar: tocar la desnudez del alma.

*

Hay que gozar la llama, el dolor siempre nos espera en la ceniza.

*

A veces, al apagar la luz, se encienden otros resplandores.

*
  
Lo mejor de la niñez: todo olía a verano.

*

El arte pretende acabar con la apatía y sembrar simpatía en su lugar.

 *

El arte es una herramienta para transformar el deseo.

*

Entramos en la ducha con ganas de convertirnos en miles de gotas de agua.




***




(de: La gota infinita del deseo - Ed. Amargord, Madrid 2018)

(acuarela: Susana Benet)






domingo, 23 de diciembre de 2018

POEMA









JAZMÍN

Que la fuerza que fluye desde el suelo
se eleve hasta la flor que se insinúa
menuda sobre el tallo.
Breve llama en la luz
turbia de la mañana.

Que la pálida mano del jazmín
tense sus cinco dedos
hacia la negra noche
y su blanco bostezo perfumado
traspase la penumbra,
como el brillo pasajero
de una estrella.






(fotografía: Susana Benet)




miércoles, 19 de diciembre de 2018

HAIKU







Jardín de otoño.
La rosa que vi ayer,
hoy deshojada.








(acuarela: Susana Benet)



viernes, 14 de diciembre de 2018

POEMA de ANTONIO PRAENA






CASTIDAD

Dime tan sólo que tan sólo
mi vida ha sido inútil, pues declara
von Balthasar que no hay otra belleza
más honda en el amor que el simple acto
de amar sin beneficio. Dime sólo,
tan sólo, que mi angustia ha sido eso:
despojo de mí mismo en manos rotas,
la eterna profesión de amar en balde.






(de: Actos de amor - XXII Premio Nacional de Poesía "José Hierro" -  Raspabook, 2016)

(acuarela: Susana Benet)





martes, 11 de diciembre de 2018

HAIKU








Se va noviembre…
Se enredan en las hojas
hebras de sol.








(fotografía: Susana Benet)


miércoles, 5 de diciembre de 2018

HAIBUN





AMIGA DE LA CALMA

Siempre he sido lenta, incluso para nacer (como me reprochaba mi madre). Esa lentitud me ha acompañado toda mi vida y me siento cómoda con ella. Las prisas me alteran y confunden. Creo además que el mundo de las ideas, de las ensoñaciones, convive mejor con la calma que con la precipitación. Sin embargo, la vida sucede muy deprisa, los relojes avanzan, a veces,  más rápido de lo normal, los demás parecen poseer una capacidad extraordinaria para realizar actividades a las que yo dedicaría el doble de tiempo. Por eso me llevo bien con las plantas, que crecen despacio, con los gatos que se mueven con lentitud, con los ambientes apacibles. A veces entro en una iglesia solitaria y disfruto de una grata sensación de recogimiento, lo mismo me sucede en un jardín, un museo, una calle aislada.

Pero esta disposición de ánimo, también tiene sus inconvenientes. Ya de niña llegaba tarde al colegio, con tanta frecuencia, que en una ocasión no me dejaron entrar y me devolvieron a casa, con gran disgusto de mis padres. Claro que, de camino al colegio (media hora andando) me abstraía e imaginaba tan bellas fantasías, que no controlaba el reloj ni la velocidad de mis pasos.

Curiosamente, en ocasiones, las carambolas de la realidad dan en el blanco. En clase de música, en la que, por cierto, no escuchábamos música, nos ordenaron un trabajo sobre un compositor. A mí me correspondió Debussy, de quien apenas había oído hablar. Busqué información en una inmensa biblioteca donde no sabía por dónde empezar. Al final no recuerdo si entregué el trabajo. Ahora, al cabo de los años, cada vez me siento más fascinada por su música y me doy cuenta de cuánto se aproxima a mi temperamento. Ahora empiezo a entender por qué me pidieron un trabajo sobre ese compositor y no otro. Al escucharlo parece que me envuelve esa misma irrealidad que me secuestraba al caminar por la calle de camino al colegio. Hay algo onírico en sus creaciones, algo sensual, primitivo, como en el Preludio a la siesta de un fauno.

A mis trece años, cuando Debussy no era más que un nombre para mí, no podía imaginar que lentamente entraría en su música como en un templo, donde el tiempo parece transcurrir más despacio.


Solo un instante
roza el rayo de sol
a los jazmines.



 (fotografía: Susana Benet)


sábado, 1 de diciembre de 2018

COMENTARIO




Hoy, primer día de diciembre, leo esta reseña que el poeta y crítico, José Luis García Martín, ha publicado en su blog "Crisis de papel", sobre mi último libro editado por Pre-Textos. Deseo compartir con todos quienes me visitáis estas palabras que me alegran y emocionan.

Don de la noche
Susana Benet
Pre-Textos. Valencia, 2018.

 Susana Benet es conocida principalmente por sus libros de haikus, ese poema-estrofa de origen japonés que ha invadido todas las lenguas occidentales y al que tan propensos son, por su facilidad engañosa, tantos aprendices de poeta, tantos poetas ocasionales.
            El haiku se muestra más propenso a la mixtificación que cualquier otro género poético. Incluso al lector experimentado le cuesta a veces distinguir (recordemos el tan citado haiku de Basho sobre el salto de la rana) entre una nadería y una obra maestra.
            Susana Benet ha conseguido el milagro de que sus haikus resulten inconfundibles. No hay en ellos ningún pastiche orientalizante: se limitan a reflejar su cotidianidad con una mirada distinta; a ver, como quería Blake, el universo en un grano de arena, toda la belleza del mundo en un tiesto con flores.
            Cuando no escribe haikus, Susana Benet conserva el espíritu sugerente y minimalista de sus diecisiete sílabas. No hay apenas anécdota en los breves poemas de Don de la noche, solo una mirada asombrada y sabia sobre la realidad de todos los días.
            Leves acuarelas paisajísticas parecen muchos de estos poemas. “Impresión de la mañana” se titula el primero de ellos: “Están rotas las nubes. / Un manto desgarrado cubre el cielo. / Las ramas de los árboles desnudos / atraviesan los pálidos jirones. / Una dulce quietud invade el aire / tras semanas de viento enloquecido. / Las plantas en sus tiestos / parecen dormitar agradecidas / por esa amable tregua / que sumerge las hojas y las flores / en luz apaciguada”.
            Ese “viento enloquecido” lo volvemos a encontrar en el poema “Vientos”, en el que la autora explicita lo que el lector ya había adivinado:  que todo paisaje, como afirmó Amiel, es un estado del alma: “Cerradas las ventanas / se agita en mi interior / otro viento que agita y acelera / el paso silencioso de las horas”.
            Lo mismo podemos comprobar en “Otro día” (“Otro día en que el viento / zarandea las ramas de los árboles…”), cuya segunda parte contrasta con la objetividad descriptiva de la primera: “Parece que ese viento / arranque de mi mente las ideas, / las agite en furioso torbellino / y las aleje de mí como los pétalos / que no llegan jamás a despuntar”.
            La terraza de su casa, ese ámbito a la vez interior y exterior, constituye el escenario de la mayor parte de los poemas de Susana Benet. En el que se titula precisamente “La terraza” nos describe ese pequeño universo, con su “hondo silencio vegetal”, el gato que dormita, las nubes que van cubriendo el cielo, y donde ella, “una mente que observa”, se siente de pronto “un cuerpo extraño”.
            Ese gato que dormita reaparece en varios poemas, acentuando la sensación de interior doméstico. En “Sonora mañana”, poema construido todo él sobre la sinestesia, “traza sobre el aire / la nota musical de su maullido”; en “Gato cazador” –otra mínima maravilla– vigila agazapado la mano que escribe “como si / pudiese alguna letra / saltamontes / alzar de pronto el vuelo”.
            No podía faltar la presencia de la muerte en este doméstico paraíso. “Chaqueta” y “Adormecida” evocan a seres queridos en la ropa que aún les sobrevive o en el recuerdo de una costumbre familiar. Menos anecdótico, pero no menos memorable, resulta “Ausencia”.
            Muchos de lo poemas de Susana Benet parecen hechos de nada, de palabras cotidianas, se resisten al análisis, no acertamos a encontrar dónde está su misterio. El lector apresurado puede ver solo una banalidad, una enumeración de consabidos tópicos en “El día”: “Qué pronto la mañana / se ha convertido en tarde. / En los cercanos árboles / ya palidece el sol. / Llega la noche. / Otro día que pasa / rozándome los ojos, / donde dura un instante / el brillo de la luna”. No hace falta ni una palabra más para reflejan toda la fugacidad y la belleza de la vida, de cualquier vida.
            Hay libros de poemas que no necesitan recomendación ni exégesis, que funcionan –al contrario que tanto arte contemporáneo– sin prospecto, sin excipiente teóricos. Basta abrir Don de la noche por cualquier página  –“Llegada”, “Tu mano entre las flores”– para sentirse seducido por una poesía que acierta a reflejar sin énfasis retórico ni rebuscamientos léxicos, con las menos palabras posibles, la magia, el misterio, el asombro de la cotidianidad.