Volviendo a casa,
la luna sobre el árbol.
Calle desierta.
(de: Alma de caracol - Ed. La Garúa, 2024)
(acuarela: Susana Benet)
Volviendo a casa,
la luna sobre el árbol.
Calle desierta.
(de: Alma de caracol - Ed. La Garúa, 2024)
(acuarela: Susana Benet)
Crece invadiendo
una pared ajena,
mi buganvilla.
(de: Alma de caracol - Ed. La Garúa - 2024)
(acuarela: Susana Benet)
Estar a solas,
contemplando las hojas
entrelazadas.
(de: Alma de Caracol - La Garúa, 2024)
(acuarela: Susana Benet)
Siempre que paso
por la puerta del bar,
te busco dentro.
(A José Luis Parra, in memoriam)
(fotografía: Susana Benet)
¿De qué pasado
regresan esas flores
blancas de adelfa?
(de: Alma de caracol - Edit. La Garúa, 2024)
(fotografía: Susana Benet)
Volví a subir al Cerro del Tío Pío, hace sólo unos días. Volví a sentir la alegría de caminar sobre la hierba verde, salpicada de flores diminutas y contemplar la ciudad a lo lejos, como una pintura borrosa. Es el mismo Cerro al que subí hace más de veinte años cuando el poeta, José Luis Parra, me acompañaba. Aquel era el barrio de su infancia, en la Colonia de Santa Ana. Llegábamos en metro a la estación de Nueva Numancia y tras atravesar un pequeño pasaje, nos dirigíamos a la calle Almonacid donde estaba el piso de sus tíos, entonces deshabitado. Al entrar en la vieja vivienda, yo le daba cuerda al reloj del comedor, que estaba parado, y todo parecía cobrar vida con el simple sonido del tic-tac. Tras asear la casa, bajábamos al bar "El doblón de oro", donde siempre éramos bien recibidos. Se trataba de un bar modesto en un barrio humilde, donde los parroquianos solían saludarnos alegremente. Una tarde, mientras el poeta disfrutaba charlando con Antonio, el dueño del Doblón, salí a dar un paseo y conocer mejor el barrio. Al final de nuestra calle, distinguí un lugar elevado y verde, con frondosos árboles. Aquella suave colina era el famoso Cerro del Tío Pío, junto a otros cerros que se ondulaban en la distancia. El lugar estaba solitario y silencioso. Tal vez me cruzara con algún paseante. Decidí aventurarme, paso a paso, hasta la cima. La vista era fabulosa. El ambiente tan acogedor que me parecía estar en el campo, en lugar de en una gran ciudad. Ni humos ni gente ni ruidos. Sólo el canto de los pájaros. Cuando volví al bar comenté entusiasmada mi hallazgo. Al día siguiente regresé a la cima del Cerro junto al poeta y juntos contemplamos aquel paisaje inmenso, extendiéndose hasta el horizonte. Ahora, al cabo de tantos años, ascender al Cerro ha sido como si el poeta regresara en el vuelo caprichoso de las mariposas o en el canto insistente de los gorriones.
A la memoria de José Luis Parra (1944-2012)
Esta acuarela, improvisada, ilustra el comienzo de "Alma de caracol", mi reciente libro de haiku. Muchas veces he visto pequeños caracoles prendidos en un tallo como brotes cerrados, como flores dormidas. Esta acuarela me ayuda a recordar esos paseos en los que disfruto de la discreta presencia de plantas y animales, un regalo para la vista, el tacto y el olfato. Sin olvidar el gusto, porque también he saboreado los pétalos tiernos de alguna flor silvestre. Ni tampoco el oído, por el zumbido hipnótico de los insectos.
(acuarela: Susana Benet)
(de: Alma de caracol - Edit. La Garúa - 2024)
Acaba de salir mi libro de haiku más reciente, titulado "Alma de caracol". Lo edita La Garúa y contiene una ilustración mía en el interior. La acuarela de portada es del pintor Gabriel Alonso.
Brilla la luna
en el rastro reseco
del caracol.
*
El carril bici.
¿Quién recuerda que allí
crecía un ciprés?
*
Esto que siento
ante la flor marchita,
¿es haiku o no?
Agradezco al editor, Joan de la Vega, el cuidado y calidad de la edición. Un pequeño libro, discreto como un caracol de jardín.
Recientemente he visto una nueva versión de la película “La invasión de los ladrones de cuerpos (1956)”, basada en la novela de Jack Finney. Y observando nuestro panorama actual me da por pensar que estamos entrando en un estado de sonambulismo muy similar al que narra esta historia, donde las personas abducidas se transforman en seres inanimados (sin alma ni emociones), que actúan mecánicamente, como simples autómatas, sometiéndose a un orden establecido que garantiza, teóricamente, su bienestar.
En aquella historia, los
responsables de ese vaciado mental eran unos extraterrestres. En nuestra
realidad no puedo atribuir a nada concreto nuestro extraño comportamiento.
Parece más bien una tendencia del ser humano a replegarse en sí mismo ante el
temor a opinar o disentir del discurso de la mayoría para evitar el rechazo y
la censura.
Aunque no puedo identificar la
causa con certeza, creo que el efecto es indiscutible. Algo ha sucedido para
que nos evitemos lo unos a los otros. Para que vayamos de un lado a otro
abstraídos o concentrados en los móviles. De tal modo que ni siquiera nos
disculpamos si nos tropezarnos con alguien en cualquier sitio.
En aquella historia
fantástica, la abducción se producía cuando la persona se quedaba dormida
durante el tiempo suficiente para que un ser alienígena, mediante unas extrañas
vainas, adoptase su apariencia externa.
Tal vez en nuestro mundo el
cambio se produce precisamente a causa de la falta de sueño y descanso. Podría
ser que esta hiperactividad esté robando energía a nuestros cerebros, al tiempo
que aumenta la influencia de los avances tecnológicos a los que nos sometemos
mecánicamente, convencidos de que ellos nos facilitan la vida. También en
aquella historia, los que habían sido invadidos por las vainas, afirmaban
sentirse perfectamente, mejor que antes, cuando experimentaban emociones.
Me preocupa que ese hipotético
bienestar nos esté robotizando y anulando nuestras emociones, como les sucede a
los personajes de aquella ficción, perdiendo la capacidad de rebelarnos ante
una realidad alienante.
Susana Benet – febrero 2024