UNA NUBE TACAÑA
Vino del mar cargadita de agua.
Pasó por la ciudad sin dejar una gota.
Estaba tan llena de humedad que era toda gris.
Los campos, al mirarla pasar, la llamaban sedientos.
También se impacientaban las flores del jardín y los pájaros que añoraban el agua de los charcos. Pero la nube no estaba dispuesta a derramar una gota, porque era tacaña.
Volaba sin descanso, entre otras nubes extrañadas al verla tan mezquina.
Pasaban los días y la nube se arrastraba despacio bajo el cielo, cargada de agua hasta los topes. La tierra estaba seca y los pájaros decidieron actuar. Volaron hasta la nube para picotearla, pero de nada sirvió. Ni siquiera lo lograron los picos afilados de las cigüeñas.
Hacía calor y la nube estaba bien fresquita con toda el agua dentro.
Hasta que un día, como pesaba tanto, se descolgó del cielo hasta rozar la aguja de un campanario.
El pinchazo fue tan profundo que estalló una tormenta.
Llovió tanto que el río, casi seco, volvió a cantar. Y cantaron los pájaros posados en la orilla.
También cantaron los campesinos al ver sus coles bien regadas.
Y en el jardín las flores levantaron con fuerza sus cabezas.
De la nube no quedó más que la piel, una ligera estela que borraron los primeros rayos de sol.
Vino del mar cargadita de agua.
Pasó por la ciudad sin dejar una gota.
Estaba tan llena de humedad que era toda gris.
Los campos, al mirarla pasar, la llamaban sedientos.
También se impacientaban las flores del jardín y los pájaros que añoraban el agua de los charcos. Pero la nube no estaba dispuesta a derramar una gota, porque era tacaña.
Volaba sin descanso, entre otras nubes extrañadas al verla tan mezquina.
Pasaban los días y la nube se arrastraba despacio bajo el cielo, cargada de agua hasta los topes. La tierra estaba seca y los pájaros decidieron actuar. Volaron hasta la nube para picotearla, pero de nada sirvió. Ni siquiera lo lograron los picos afilados de las cigüeñas.
Hacía calor y la nube estaba bien fresquita con toda el agua dentro.
Hasta que un día, como pesaba tanto, se descolgó del cielo hasta rozar la aguja de un campanario.
El pinchazo fue tan profundo que estalló una tormenta.
Llovió tanto que el río, casi seco, volvió a cantar. Y cantaron los pájaros posados en la orilla.
También cantaron los campesinos al ver sus coles bien regadas.
Y en el jardín las flores levantaron con fuerza sus cabezas.
De la nube no quedó más que la piel, una ligera estela que borraron los primeros rayos de sol.
(ilustración: Gabriel Alonso)
(publicado en la revista "Pequeños héroes" - Nº 19 - Valencia)