Bebemos juntos, las flores de la montaña se abren Un vaso, un vaso y otro más Estoy borracho, quiero dormir, mejor será que te vayas Mañana al alba, si quieres, vuelve con tu laúd
¿Qué es este engaño, di, rama desnuda? Yo mismo te corté este invierno. Sola, despojada del cielo, te quedaste en la tierra, caída como el cuerpo exangüe de un extraño. Allí seguiste bajo los fríos soles y las ciegas estrellas, en inerme y retraído abandono, a merced de los temperos más aciagos y extremos. No eras más que un trozo de madera cada vez menos visible en la materia activa de la naturaleza. Para el ciclo, para cerrarlo al fin, sólo esperabas acabar algún día como fuego en nuestra chimenea y ser ceniza y ennoblecido símbolo del tiempo. Pero algo ha pasado: has florecido. Desoyendo la lógica del mundo y de tu propia historia, te has llenado de brotes y de flores, desdichada. No serán fruto ni serán promesa, pero sueñan tal vez con nueva vida esperando quizá que a ese reclamo acuda el ruiseñor y en ti construya su nido como antaño, reviviendo tus viejas primaveras y las noches de venturosa y perfumada brisa, ¿Qué burla es ésta, di, rama podada? Y tú, mi viejo corazón, ¿no aprendes?