UN EXTRAÑO EN AUTOBÚS
Es media tarde y viajo en
autobús hacia el centro. El autobús va medio vacío y aunque hay asientos
libres, me llama la atención la recia figura de un hombre bien vestido, con
traje de buen paño, abrigo largo de perfecta hechura, camisa blanca y corbata,
reloj de oro. Destaca su excesiva elegancia, casi provocativa, viajando en un
medio de transporte tan corriente. No puedo evitar observarlo desde mi asiento.
Viaja de pie, en medio de la plataforma, agarrado a una barra del techo. Sus
sólidos zapatos se adhieren al suelo con firmeza mientras su cuerpo oscila en
cada curva. Parece capaz de dominar al pesado vehículo que resopla sobre el
asfalto. Tanto me sorprende el personaje, entre anacrónico y peripuesto, que
escribo unas notas sobre él en mi libreta. Lo hago en taquigrafía. Ese hombre
me recuerda a ciertos directores de empresa sufridos en el pasado. Tiene el
mismo porte arrogante que no llega a encubrir del todo una vaga tosquedad, algo
vulgar en sus rasgos, en las rubicundas mejillas.
De pronto, el hombretón,
como un jefe exigente que juzga a su empleada, se acerca y observa mi
escritura, para él indescifrable. Exclama: “¡Qué bien toma usted notas!”. Levanto
la cabeza y le sonrío un poco intimidada. Él, olvidando su desdeñoso
protagonismo, me comenta que ha cogido el autobús porque en coche sería
imposible aparcar en el centro. Concretamente junto a la plaza de toros, que es
adonde se dirige. En ese instante, resuelvo mentalmente el acertijo: “¡Es un
taurino!”. Al llegar a la parada, desciende presuroso para dirigirse al ruedo, esa otra plataforma
donde, identificado con el diestro, ejecutará la sangrienta faena.
El
autobús.
Un
taurino domina
la
plataforma.
(fotografía: Susana Benet)