ATRAPADA EN
EL SUEÑO
Cómo me
cuesta cada día salir del sueño. Es como un pozo muy hondo y silencioso donde
se dan cita las más sorprendentes imágenes, los más absurdos pensamientos.
Estando dormida, mi cuerpo se desvanece y mi mente flota como un alga sobre el
mar, sin saber adónde me conduce su balanceo. No tengo conciencia de nada de lo
que sucede en el mundo exterior y si algún sonido me alcanza, sutilmente se
convierte en un elemento más de la confusa trama. Cuántas experiencias se
suceden en mi interior con la misma nitidez con que las vivo estando despierta.
Cuántos asuntos que resolver me retienen al otro lado, acuciándome a prestarles
atención, tentándome a descubrir su desenlace. Y siempre aparece una casa, con
formas distintas, pero siendo la misma de sueños anteriores. La reconozco en
cuanto penetro en su interior y la recorro, abriendo puertas de habitaciones que
inexplicablemente se multiplican, todas ellas abarrotadas de muebles y enseres
de quienes antes las habitaron. Me detengo en cada una y observo lo que
contienen. Hay mucho trabajo por hacer en todas ellas. Vaciar armarios,
deshacerme de objetos inútiles, vender lo que posea valor, dejarlas libres para
poder ocuparlas. Al final del recorrido sé que me espera una enorme cocina que
habrá que vaciar y limpiar. La cocina es siempre la misma, con sus armarios
grises y anticuados, repletos de vajilla sucia y desordenada. En los estantes
hay objetos deteriorados, enmohecidos, inservibles, que deseo eliminar, lo cual
requiere un tiempo del que no dispongo,
aunque no puedo explicar de qué manera poseo esa certeza, ya que no consulto
relojes ni calendarios. A un lado de la pared hay una puerta, también gris. En
una ocasión la abrí y descubrí tras ella un patio trasero cubierto por matas de hierba y pequeños arbustos, donde unos niños, tal vez
adolescentes, jugaban. Más allá de aquel
espacio, el terreno se extendía salvaje y solitario hasta el horizonte. En el
siguiente sueño, la cocina ya estaba despejada, sin trastos amontonados, aunque
seguía con el mismo aspecto gris y envejecido.
No sé cuándo
regresaré a la casa, ni qué voy a encontrar la próxima vez que la recorra
abriendo esas puertas que aparecen donde antes no estaban. No temo a ese lugar
porque sé que forma parte de mí, como una extraña metáfora de mi mundo interior
que no sé descifrar, pero que cambia y se transforma en cada sueño. No es un
lugar estancado, es un lugar vivo. Un lugar familiar en el que tal vez, algún
día, quede definitivamente atrapada.
Mayo, 2012