lunes, 21 de mayo de 2012

FRAGMENTO




A intervalos, unos centímetros por debajo de la superficie del agua, los músculos de su estómago se tensaban involuntariamente al rememorar otro detalle. Una gota de agua sobre la parte superior del brazo de ella. Mojada. Una flor bordada, una sencilla margarita, cosida entre las copas de su sujetador. Sus pechos bien separados y pequeños. En la espalda, un lunar cubierto a medias por una cinta. Cuando ella salió del pilón, una vislumbre de la oscuridad triangular que las bragas se suponía que ocultaban. Mojada. Lo vio, se obligó a volver a verlo. El modo en que los huesos de su pelvis despegaban el tejido de su piel, la profunda curva de su talle, su extraordinaria blancura. Cuando ella extendió la mano para recoger su falda, un pie negligentemente levantado descubrió una pella de tierra en cada envés de sus dedos dulcemente decrecientes. Otro lunar del tamaño de un cuarto de penique en el muslo y algo purpúreo en la pantorrilla: una marca de color fresa, una cicatriz. No máculas. Ornatos. 


(de: Expiación - Ian McEwan. Edit. Anagrama)


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