Escucho el mismo disco cada
día, incluso más de una vez. No sé por qué esa música, esos lieder, me tienen fascinada. No entiendo
el alemán, no entiendo la letra. Sólo sé que hablan de una bella molinera. Y
aunque no alcanzo a comprender su significado, hay algo en esas canciones,
algunas apacibles, otras exaltadas, que acompaña mis estados de ánimo. Es como
una droga. Me levanto medio atontada, es tarde, he dormido más de diez horas.
Estoy como sonámbula, pero siempre acudo a esa música, la necesito mientras
desayuno tardíamente, mientras leo, incluso cuando me ocupo de la limpieza
elevo el volumen para poder escucharla
en la distancia. Toda la casa se llena de esas notas de piano y de una voz a la
que ya me he habituado y encuentro familiar.
Forma parte de los sonidos del día. De fondo suena el zumbido del tráfico, de
los electrodomésticos, las voces que se cuelan por las ventanas, algún ladrido
aislado. Todo es más llevadero si escucho a Shubert. Aplaca mis nervios si
estoy alterada, me ayuda superar mis crisis de ansiedad, me acompaña cuando
decido escribir tras el letargo, renueva el vigor de mis dedos mientras tecleo.
Hay algo mágico en sus notas ascendentes, descendentes, su pasión en ciertos
pasajes, su abatimiento en otros. Es sólo una voz solitaria que acompaña un
piano, ambos en perfecta armonía. Si alzo la vista y la dirijo hacia el jardín
de enfrente, esa música se desliza entre los árboles como un pincel sobre el
aire, mezclando los colores dispersos de la tarde. El malva azulado de las
jacarandas, las flores doradas de las acacias que el viento derrama sobre el suelo, la rígida
silueta del ciprés, el perfil sombreado de los ficus. El paisaje es otra música
que penetra por los ojos, una bella narración que entrelaza su vuelo caprichoso
con las variaciones de los lieder.
Alguien me regaló una cinta.
Llegó en un sobre desde Graz, una ciudad austriaca. El remitente era casi un
desconocido, alguien con quien sólo compartí unas horas y, sin embargo, me
abrió con su regalo un nuevo panorama musical. La cinta me la había grabado a
propósito, con canciones de Shubert, las más conocidas. Después comencé comprar
mis propios discos, atraída por esa música que despierta mis emociones aunque
no logre entender el significado de sus palabras, salvo una ligera idea que
delatan los títulos. Pero es cierto que ese idioma cantado me resulta suficiente
para sentirme trasportada a otros paisajes y emociones. Podría buscar el
significado en cualquier publicación, pero me basta con dejarme llevar por los
extraños acentos, pronunciados con tan absoluta pasión, que prefiero ignorar lo
que expresan. Saberlo podría romper la magia del misterio y arrastrarme a una
realidad extraña y discordante.
Nunca sabré por qué Schubert.
Y aunque me lo pregunte, no busco la respuesta. Me dejo transportar por la
música y siento que sus palabras, de algún modo incomprensible, me están
hablando de algo cercano, algo vivo en mi interior.
Leído por ahí:
ResponderEliminar"Bach es Dios y Schubert su Profeta".
Gracias, no conocía esa sentencia.
EliminarMuy bueno, Susana, me ha gustado tu forma de contarlo. Ya tengo tu libro de relatos "Espejismo", a ver si le meto mano.
ResponderEliminarSobre la música de Schubert me has dejado con ganas de escucharla (conozco alguna cosa).
Me ha recordado el libro "Cuaderno de Nueva York" de Hierro (supongo que lo has leído, para mí es excelente), que tiene un poema titulado "Adagio para Franz Schubert". Y en todo el libro aparece mucho la música clásica, a la que Hierro era muy aficionado. Besos.
Gracias Grego. He ido descubriendo poco a poco la intensidad de este compositor. Te recomiendo su Viaje de invierno. Gracias por interesarte por mí libro. Yo pediré el tuyo a Renacimiento. Besos
EliminarMuchas gracias, Susana, por la recomendación y por el interés por mi libro. Besos
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