Recientemente he visto una nueva versión de la película “La invasión de los ladrones de cuerpos (1956)”, basada en la novela de Jack Finney. Y observando nuestro panorama actual me da por pensar que estamos entrando en un estado de sonambulismo muy similar al que narra esta historia, donde las personas abducidas se transforman en seres inanimados (sin alma ni emociones), que actúan mecánicamente, como simples autómatas, sometiéndose a un orden establecido que garantiza, teóricamente, su bienestar.
En aquella historia, los
responsables de ese vaciado mental eran unos extraterrestres. En nuestra
realidad no puedo atribuir a nada concreto nuestro extraño comportamiento.
Parece más bien una tendencia del ser humano a replegarse en sí mismo ante el
temor a opinar o disentir del discurso de la mayoría para evitar el rechazo y
la censura.
Aunque no puedo identificar la
causa con certeza, creo que el efecto es indiscutible. Algo ha sucedido para
que nos evitemos lo unos a los otros. Para que vayamos de un lado a otro
abstraídos o concentrados en los móviles. De tal modo que ni siquiera nos
disculpamos si nos tropezarnos con alguien en cualquier sitio.
En aquella historia
fantástica, la abducción se producía cuando la persona se quedaba dormida
durante el tiempo suficiente para que un ser alienígena, mediante unas extrañas
vainas, adoptase su apariencia externa.
Tal vez en nuestro mundo el
cambio se produce precisamente a causa de la falta de sueño y descanso. Podría
ser que esta hiperactividad esté robando energía a nuestros cerebros, al tiempo
que aumenta la influencia de los avances tecnológicos a los que nos sometemos
mecánicamente, convencidos de que ellos nos facilitan la vida. También en
aquella historia, los que habían sido invadidos por las vainas, afirmaban
sentirse perfectamente, mejor que antes, cuando experimentaban emociones.
Me preocupa que ese hipotético
bienestar nos esté robotizando y anulando nuestras emociones, como les sucede a
los personajes de aquella ficción, perdiendo la capacidad de rebelarnos ante
una realidad alienante.
Susana Benet – febrero 2024
¡Excelente observación, Susana!
ResponderEliminarTan reconcentrados en nosotros mismos, tan abstraídos estamos que se nos escapan las pequeñas grandes maravillas que la naturaleza nos sigue prodigando. La naturaleza y el espíritu. ¿Egoísmo? ¿Estupidez? ¿Enajenación?
Sin embargo, el arte (en cualquiera de sus manifestaciones) sigue siendo el terreno donde lo más excelso y revelador nos permite reencontrarnos con lo más depurado de nuestro ser. Con lo más significativo y valioso. Con lo único permanente dentro de nuestra transitoriedad. Con el mayor nivel de trascendencia de nuestra humilde humanidad, a veces (como ahora) desorientada e insensible...
¡Gracias, amiga!
Un abrazo.
Gracias por comentar, amigo Juan Carlos.
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