Volví a subir al Cerro del Tío Pío, hace sólo unos días. Volví a sentir la alegría de caminar sobre la hierba verde, salpicada de flores diminutas y contemplar la ciudad a lo lejos, como una pintura borrosa. Es el mismo Cerro al que subí hace más de veinte años cuando el poeta, José Luis Parra, me acompañaba. Aquel era el barrio de su infancia, en la Colonia de Santa Ana. Llegábamos en metro a la estación de Nueva Numancia y tras atravesar un pequeño pasaje, nos dirigíamos a la calle Almonacid donde estaba el piso de sus tíos, entonces deshabitado. Al entrar en la vieja vivienda, yo le daba cuerda al reloj del comedor, que estaba parado, y todo parecía cobrar vida con el simple sonido del tic-tac. Tras asear la casa, bajábamos al bar "El doblón de oro", donde siempre éramos bien recibidos. Se trataba de un bar modesto en un barrio humilde, donde los parroquianos solían saludarnos alegremente. Una tarde, mientras el poeta disfrutaba charlando con Antonio, el dueño del Doblón, salí a dar un paseo y conocer mejor el barrio. Al final de nuestra calle, distinguí un lugar elevado y verde, con frondosos árboles. Aquella suave colina era el famoso Cerro del Tío Pío, junto a otros cerros que se ondulaban en la distancia. El lugar estaba solitario y silencioso. Tal vez me cruzara con algún paseante. Decidí aventurarme, paso a paso, hasta la cima. La vista era fabulosa. El ambiente tan acogedor que me parecía estar en el campo, en lugar de en una gran ciudad. Ni humos ni gente ni ruidos. Sólo el canto de los pájaros. Cuando volví al bar comenté entusiasmada mi hallazgo. Al día siguiente regresé a la cima del Cerro junto al poeta y juntos contemplamos aquel paisaje inmenso, extendiéndose hasta el horizonte. Ahora, al cabo de tantos años, ascender al Cerro ha sido como si el poeta regresara en el vuelo caprichoso de las mariposas o en el canto insistente de los gorriones.
A la memoria de José Luis Parra (1944-2012)
Sencillo y precioso.
ResponderEliminarGracias, José Ángel. Está escrito con emoción.
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