miércoles, 19 de marzo de 2014

FALLAS SIN PETARDOS






 


Oyendo, a través de los cristales herméticamente cerrados de las ventanas, el estruendo de los petardos que estallan en la calle sin orden ni concierto, unos más débiles, otros violentos, algunos semejantes a cañonazos, se me ocurre pensar en lo agradable que sería salir a dar un paseo con cierta tranquilidad. En la posibilidad de contemplar una falla sin temer el sobresalto de la pólvora. En lo bien que se oiría la música de las bandas, el único sonido agradable de estas fiestas, cuando desfilan con sus alegres pasacalles por debajo de lo balcones. No es que la pólvora moleste. Al contrario, huele muy bien. También es impresionante cuando el pirotécnico la enciende programando las explosiones como si de música se tratara. Entonces los petardos no asustan, no agreden, porque quien se acerca a escuchar una “mascletá” tiene el oído y el ánimo bien dispuestos y se deja aturdir por una mezcla armónica de explosiones que aumentan hasta la apoteosis final. Nada que objetar. Uno sabe a lo que se expone. Pero esos otros petarditos y petardazos, que los padres compran a sus hijos para educarlos en la tradición, o que ellos mismos lanzan a diestra y siniestra, a lo largo del día y de la noche, en calles, jardines, incluso en patios interiores, eso se parece más a una sofisticada tortura. Sin olvidar el riesgo que supone una súbita explosión para una mano poco adiestrada. Más de un dedo se ha perdido en estas fiestas.
¿Qué sería de unas fallas sin petardos? Pues no pasaría nada. Disfrutaríamos solamente de “mascletás” y fuegos artificiales, todo ello controlado por expertos. Oiríamos la música de las bandas sin el petardero incesante. Viviríamos las fiestas de otra manera. No atrincherándonos en casa para escapar de este incómodo elemento festero, presente a cualquier hora (para todo lo demás existen horarios). Podríamos enterarnos de lo que dice la tele sin subir el volumen a tope. No estarían las aceras y fachadas llenas de manchas negras de pólvora. No estallarían papeleras ni latas vacías. No huirían tantos habitantes de la ciudad por culpa del ruido. En fin, seríamos un poco más respetuosos con el entorno, con los enfermos, con los insomnes, con los animales,  con los que no nos acostumbramos a este "folklore" habiendo nacido en esta tierra. En suma, más civilizados.
 
Asciende al cielo
el humo de la pólvora.
Aires de marzo.
 
 
 
 
(Fotografía: Susana Benet)
 
 
 

3 comentarios:

  1. En este país cualquier fiesta es sinónimo de ruido, como si de esa forma te obligaran a ser partícipe, quieras o no quieras. La verdad es que no se le da ninguna importancia a las molestias que genera el ruido y, realmente, son muchas.
    Un abrazo.

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  2. Y si añadimos a ello lo típico de las comilonas…, ni te cuento; porque hay quienes hacen ruido hasta masticando. :-)

    Salud!!

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  3. ¡Pues es verdad! A veces el alboroto se oye a través de las paredes de esas carpas que instalan en las calles y que cada año parecen aumentar de tamaño.
    Menos mal que ya pasó todo y el silencio ahora se agradece como un bálsamo. Besos,

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