LA VISITA
Me embargó la impaciencia.
Que todos se marcharan,
tal era mi obsesión.
Pero nadie quería
abandonar su silla,
el cálido rincón
en el que conversaban,
por más que yo
les abriera la puerta
y tuviera mi rostro
color de despedida.
Cuando, al fin, se marcharon,
qué placer más intenso
retornar a mi quieta,
desnuda soledad.
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