Esta reseña que publica la revista ANÁFORA en su número 19 y que saldrá en papel próximamente, la firma el poeta Daniel Fernández Rodríguez. Desde aquí, mi agradecimiento.
Don de la noche
Susana Benet
Pre-Textos, Valencia, 2018
A
Susana Benet se la reconoce como una de las maestras del haiku. En efecto,
basta con recordar el siguiente: «Un niño juega / a enterrar a su padre. / Día
de playa». Bajo la apariencia de un amable retrato veraniego, se esconde nada
menos que el devenir irreparable de la vida: todo encerrado en las diecisiete
sílabas preceptivas de esta estrofa de raigambre japonesa cultivada por Benet
en varios libros, por ejemplo La enredadera,
antología que es ya un clásico imprescindible del género, hoy tan en boga.
Don
de la noche no es un libro de haikus, pero sin duda una de sus muchas
cualidades estriba justamente en aplicar con brillantez la lección fundamental
de dicha tradición: me refiero al estupendo maridaje entre emoción, reposo y
brevedad, una de las señas de identidad de la autora. Susana Benet nos regala en
Don de la noche una fascinante colección de breves piezas poéticas,
estampas de una vida cotidiana que se plasma con serenidad, sin excesos ni
alharacas, en busca de la complicidad del lector. Lejos del tono engolado o
alambicado que tanto abunda por ahí, Benet colorea poemas cercanos y amables, escritos
para ser degustados con calma y recogimiento, como quien contempla un atardecer
o escucha un arroyo. Sus versos nos permiten asomarnos al más hondo sentir del
yo lírico y compartir su emoción al saberse parte del pequeño mundo que lo
rodea, un mundo poblado de plantas y flores, gatos y terrazas, pájaros y
vientos. Guiado de la mano de Benet, el lector va encontrando en todos estos
seres a sus propios confidentes y compañeros, a los que tanto se necesita en
esta vida presurosa.
Acaso
uno de los muchos dones de este libro sea la minuciosa descripción de la
relación con la naturaleza, que nos brinda algunos de los más hondos poemas del
libro, como Mediodía, rematado con
unos versos que captan y condensan a la perfección la incertidumbre que todos
hemos sentido alguna vez ante un paisaje, ante el futuro o simplemente ante la
vida: «Y tú, que todo lo contemplas / y lo escuchas / erguido en tu silencio, /
te empapas poco a poco de abandono / y tiendes tus sentidos hacia el amplio / paisaje
que prosigue más allá / del reducido espacio de tu sombra». Justamente del
paisaje que rodea al yo lírico y que poco a poco va envolviendo al lector
emanan muchas de las poesías, como de hecho se hace explícito en Poema: «Aunque quería / no podía
escribir / ese poema. / Pero al mirar / en mi balcón la rosa, / estaba
escrito».
Otro
de los dones de este libro tiene que ver, me parece, con la capacidad para
tratar el paso del tiempo, la muerte o el peso de una ausencia querida sin caer
en sentimentalismos ni aspavientos, sino mediante la observación tranquila de
escenas cotidianas, como ocurre por ejemplo cuando se nos describe la chaqueta
que ha sobrevivido a su portador, el polvo omnipresente de una casa abandonada
o el asfalto nocturno mojado por la lluvia. Así, Despacio recrea de un modo muy original uno de los tópicos más
recurrentes en la poesía de siempre, el de que el tiempo huye sin remedio: «Despacio,
muy despacio / voy abriendo los ojos a la tenue / claridad de la tarde. Junto a
mí, / el gato permanece silencioso / aguardando la lenta / caricia de mi mano,
/ mi mano que envejece igual que él, / despacio, muy despacio». Es este, por
cierto, uno de los muchos poemas donde aparece un gato (en otro, lo vemos
agazapado junto al yo lírico, a la espera de cazar alguna palabra al vuelo), y
con él llegamos al último de los dones poéticos que quisiera mencionar aquí. Me
refiero al talento de Susana Benet para retratar la vida cotidiana y las
pequeñas cosas que nos rodean, que es, en mi opinión, uno de los logros más
difíciles de encontrar en poesía. Apenas un rayo de sol o el viento en la
ventana: todo lo que necesita un buen libro.
Daniel Fernández Rodríguez
(fotografía: Gabriel Alonso)
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