VIAJE A ARANJUEZ (Septiembre 2018)
Me
he levantado con síntomas de resfriado. Pensé que ya estaba curado, pero
todavía me resiento de la garganta. Le relato a Gabi mi sueño de anoche y nos
preparamos para ir a la estación.
Doy mucha comida a Jack, que disfruta de la abundancia y después se tiende sobre su alfombra en el estudio, adivinando que va a quedarse solo. Con 16 años parece un gato joven. Tiene carita de cachorro y el cuerpo rellenito tras superar sus diarreas que lo habían dejado en los huesos. Tiene el pelo tupido y brillante.
Veo pasar los campos, con sus filas de cultivos, las líneas blancas de los senderos, las montañas azuladas en el horizonte. Necesitaba este viaje (que será breve) tras un verano sin salir de la ciudad, presa del calor y el decaimiento, como mis plantas en la terraza.
Ver el verdor que cubre las colinas, las filas de árboles que dividen las parcelas, los suaves matorrales que visten la tierra ocre, y todo bajo un cielo inmaculado y azul que desaparece al entrar en un túnel, de repente. Y al salir, de nuevo la luz solar del mediodía.
El
verano ha sido largo, tedioso. Apenas he escrito nada nuevo.
Ahora atravesamos un embalse de aguas verde azuladas entre colinas cubiertas de pinos. Y más túneles.
Estoy animada, pero sigo arrastrando el lastre del cansancio estival. Ya es otoño, pero ha vuelto el calor, con 32 grados al sol. Es la temperatura que también nos espera en Aranjuez.
bajo
un cielo sin nubes.
Calor
de agosto.
Bajo
una loma
naranjitos
en fila,
recién
plantados.
Ha
sido un verano duro. Fue horrible ver el árbol de mi acera abatido en el suelo,
despedazado, con todas sus hojas verdes ya condenadas. En el centro del tronco
un hueco oscuro, siniestro como un túnel que lo corroe por dentro. No supieron
curarlo, sólo abatirlo. Por si se desplomaba y lastimaba a alguna persona o
destrozaba un coche. Algo muy improbable, pues el árbol se sostenía firme. Solamente
un par de ramas secas, como estacas afiladas, que nadie vino a podar en años. El resto
de ramas, la mayoría, seguía verde, renovándose cada primavera. La ausencia de
su sombra ha transformado el paisaje ante mi ventana. Me da tristeza asomarme.
Ninguna
sombra
protege
ya mi puerta.
Árbol
ausente.
Creo
que fue entonces cuando empezó la tristeza a crecer en mi interior, como el
anuncio de un tiempo inclemente, de malestares y desencuentros. Y una sorda
fatiga ha ido apoderándose de mí progresivamente hasta dejarme tan abatida como
el árbol enfermo.
El gato, también enfermo, desde la primavera, o tal vez antes.
Algunas de mis plantas agonizando en sus macetas ante el intenso calor, un calor que ni el toldo extendido ha podido mitigar.
(24-9-18)
(fotografía: Susana Benet)
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