EXTENSAMENTE, el árbol abre sus brazos
a los pájaros, al aire, al sol,
a sus propias hojas, que pronto lo desertan.
Cuando, en invierno, el cielo esté vacío,
ha de seguir allí, aún los brazos abiertos,
acogedores también de esa inclemencia,
de esa intensa desnudez rigurosa.
No veas –no cometas ese error egoísta-,
en ese extraño gesto, una lección. Es algo
más puro y más profundo: una sabiduría.
* * *
(de: Los dones del otoño - Edit. Pre-Textos, 2015)
(acuarela: Susana Benet)
Todas las cosas
ResponderEliminarpueden resultar feas,
salvo los árboles.
(¿Vio alguien alguna vez un árbol feo? Creo que no.)
¿Feos?. Todos son preciosos, incluso el más canijo. Y cuánto bien nos hacen, pidiendo poco a cambio. Besos
ResponderEliminarMe encanta la acuarela y el poema, Susana.
ResponderEliminarMe encanta Cereijo. Uno de los mejores poetas que tenemos ahora, bajo mi punto de visto. Y sus haikus son excelentes.
ResponderEliminarSaludos,
Sergio Berrocal
Gracias Sandra. Es un árbol inventado. Gracias Sergio, comparto tu opinión sobre la poesía de Cereijo, haiku incluido.Besos
ResponderEliminarGracias por compartir un poema tan bonito.
ResponderEliminarUn abrazo.
Hay libros que releo al cabo del tiempo y siempre encuentro algún poema conmovedor, como este. Besos,
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