domingo, 27 de octubre de 2019

VIAJE AL NORTE







VIAJE AL NORTE

Viajando hacia el norte, el sol inunda la ventanilla del tren. De pronto, un túnel. Al salir de la oscuridad, el sol destella en los verdes arbustos, en las paredes que se elevan a cada lado de la vía. Entramos en la estación de Segovia. Gente sentada en los bancos del andén, viajeros que arrastran sus maletas con prisa. Sobre las rocas, la sombra de un pájaro que desciende y desaparece. Al reanudar la marcha, el verdor de la tierra cubierta por islotes de flores amarillas. Nos internamos en otro túnel, apenas un minuto y, de nuevo, suaves colinas que se repiten hacia el horizonte, cruzadas por sendas de tierra casi blanca. Sobre el cielo azul y despejado, una nubecita solitaria, como una ligera pincelada horizontal.

Los bosquecillos de pino irrumpen de repente y pasan deprisa.

Saco mis gafas de sol para hojear un periódico. Por los auriculares escucho una preciosa aria de “La traviata” en la que el tenor recita “Io vivo quasi in ciel” y se me llenan los ojos de lágrimas. Hay músicas que nos invaden como corrientes internas., arrastrando viejas emociones como pétalos perfumados que anegan los sentidos.

Conforme nos vamos aproximando al norte, mis pulmones se ensanchan, respiro mejor, como si me librase de un peso. Aquí el aire es diáfano, la luz parece más nítida, el frescor de la tierra hace crecer la hierba verde y tupida. Curiosamente, la pierna dejó de dolerme desde que llegamos a Madrid. Tampoco siento ninguna presión en el ojo derecho, como la sentí en Valencia antes del viaje.

Esta mañana hemos paseado por Recoletos, rodeados por altos árboles de distintas especies: prunos, cedros, castaños, álamos, incluso olivos que mostraban sus diminutas flores pálidas. Madrid es una ciudad llena de jardines en cada rincón, junto a los museos, en las isletas y rotondas del asfalto. Al mirar a lo lejos se puede contemplar una vasta extensión de copas de distintos verdes, rebosantes de hojas, creciendo libremente, sin que nadie venga a esculpirlas con las tijeras de podar, convirtiéndolas en cursis figuras ornamentales.

Cruzamos un río pequeño, en cuyas aguas se reflejan las copas oscuras de los árboles que crecen en la orilla. Y, de pronto, en la llanura, una roja extensión de amapolas que parecen seguir nuestro camino.

A lo lejos se elevan las colinas, hasta convertirse en ondulantes montañas sobre las que se agolpan las nubes bajas.

Cerca discurre una carretera por la que avanza un coche solitario y, de pronto, el color malva de unos campos en flor (tal vez, espliego).

Las nubes van cubriendo el cielo, densas y oscuras. Apenas asoma el azul entre las masas grises. También el verde de los prados se oscurece. El sol que ocultan las nubes, ilumina a lo lejos una ladera.

Sólo un arbusto blanco, cuajado de flores interrumpe la monotonía del gris que desciende hacia la tierra. Abre sus ramas como los rayos de una estrella, pequeño y solitario entre las sombras del atardecer.

Las montañas están cada vez más cerca, como enormes figuras que invitan al reposo.

Súbitamente aparece un cerro con sus paredes verticales, como si lo hubieran cortado con un hacha. Forma parte de una larga cadena de cerros que descienden por debajo del nivel de las vías, hacia un estrecho valle donde la tierra es roja y se distinguen pequeños tejados cobrizos entre los árboles.

Y, de nuevo, la llanura, bajo la oscura muralla de las nubes.

Cada vez está más presente el norte: rosales en pequeños huertos, cenefas de flores claras bajo el color plomizo del cielo.

Anocheciendo,
sólo refleja el charco
las flores blancas.

Qué bien reposan
mis ojos en la niebla.
Bosques umbríos.

Llegando a Donostia, la niebla se espesa sobre los montes, al fondo de los valles, en los tupidos bosques que atravesamos. Todavía no llueve. Al pasar junto a un grupo de casas, una columna de humo se eleva densa entre la bruma que cubre los tejados.

Es difícil escribir en el tren, pero el paisaje me invita a hacerlo y a contemplarlo continuamente. Esta oscuridad me reconforta, alivia mis ojos que tanto padecen con el sol.

Comienza a llover y las gotas se deslizan oblicuamente por el cristal de mi ventana. El tren pasa junto a un parque de atracciones en una pequeña población. Las luces estridentes de la feria brillan con fuerza en medio de la oscuridad que se va cerniendo sobre el aire.

Brillan las luces
del parque de atracciones.
Pueblo en la niebla.

(2015)



(Fotografía: Susana Benet)



4 comentarios:

  1. Hasta en tu prosa hay poesia. Muy bellos los haikus que salpican el relato del viaje

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  2. Gracias por acompañarme en el viaje. Besos

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  3. Hola Susana.

    Con tu relato haces que viajemos contigo. Me encanta la combinación prosa-haiku.

    Un abrazo

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