miércoles, 6 de noviembre de 2019

PROSA





MUERTE DE UN PÁJARO

Creí que los pájaros no se morían nunca, como lo hacen los perros, los gatos, las personas. Ellos están siempre ahí, moviéndose en sus jaulas, ágiles y entretenidos picoteando hojas. Los veo cruzar el cielo,  posarse en cualquier rama o dar saltitos por el suelo. Es difícil no verlos si me asomo a las ventanas y aunque sé que no son siempre los mismos, parecen renovarse como las hojas de un árbol. Si alguna vez he visto alguno inmóvil sobre el suelo, he apartado la mirada, sin querer comprobar si estaba muerto. He pasado deprisa por su lado.

Estos días se ha producido un caos en la casa. Uno de mis periquitos está enfermo, apenas come y oculta su cabeza entre las plumas. Permanece inmóvil, igual que una persona que soporta en silencio su dolor. Lo contemplo aterrada. No es la imagen de siempre. Su compañero lo observa como yo y, con sumo cuidado, picotea suavemente su cabeza y le lanza un breve parloteo. En otros momentos  se impacienta y eleva la voz como queriendo espabilar, con gritos estridentes, al enfermo.  A veces consigue que el otro reaccione unos segundos antes de volver a ensimismarse.

Ayer fui al veterinario. No saben si se trata de algo grave, si habrá recuperación. Tuve que dejar al periquito en una pequeña incubadora transparente.

Hoy sé que ya no vive. No superó su mal. Me lo entregaron en una pequeña caja de cartón, envuelto en un pañuelo de papel. Me cuesta enfrentarme a la muerte de un pájaro. Si en vida nos parecen lejanos, tan leves y enigmáticos, como seres de otra dimensión, cuando están muertos todavía resultan más extraños.

No me atrevía a descubrir su cuerpo, tardé unos segundos en decidirme. Cuando aparté el papel, observé que el color de sus plumas seguía intacto, con el mismo brillo que tuvo en vida. Miré sus patas rígidas y percibí el blando contacto de su cabeza contra mi mano.  Su muerte, aunque cierta, me pareció irreal. Lo enterré al pie de la buganvilla donde están despuntando flores nuevas. Me costó aceptar su muerte. Nunca pensé que aquel cuerpo tan ligero pudiese cargar con tan gran peso.

(5-11-19)


(fotografía: Susana Benet)


8 comentarios:

  1. Lo siento mucho, Susana.
    Cuando muere algún animalito de nuestra casa es como si se fuera alguien de la familia. Porque en realidad son parte de nuestra familia . DEP

    Un abrazo

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  2. Gracias, Cris. Realmente era de la familia, silbaba cada vez que me oía llegar. Estos pequeños seres son capaces de establecer unos vínculos muy intensos. Por eso cuesta olvidarlos. Besos

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  3. Coincido con Cris.
    Lamento este lamentable episodio. Un ser vivo (hasta recién) que nos abandona. Duele.
    Y tú lo relatas de un modo tan cercano y conmovedor...

    Un abrazo, amiga.

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  4. Este verano murió uno mío y viví algo similar a lo que cuentas, Susana. Se les quiere y es triste ver cómo por muchos cuidados que les demos también se van. El texto me encanta.
    Besos!

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  5. Gracias a vosotros, amigos de los pájaros, que compartís mis sentimientos. Besos,

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  6. La muerte de un animal con el que se ha convivido siempre deja huella. Queda su recuerdo, que no es poco. Un abrazo Susana.

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  7. Gracias, se que tú también aprecias sus vidas. Besos

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  8. Susana, lo siento, tu escrito lo encuentro por ese azar que me lleva hace un momento a buscar en tu blog, estando en similar trance con mi perro, (se va recuperando, ¡qué bien!).
    Coincido contigo en que son miembros de derecho en la familia, y se les quiere tanto...no suelo hacerlo, pero me he tenido que "explayar" en facebook por compartir la pena que me suponía el hecho de que no superara este momento https://www.facebook.com/photo.php?fbid=3458940857464448&set=a.627473230611239&type=3&theater.
    Un abrazo, gracias.

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