lunes, 5 de diciembre de 2022

CUENCA EN NOVIEMBRE (continuación)


 


VIAJE A CUENCA – III

En la Posada Los Tintes nos reciben muy amablemente. El salón restaurante es  acogedor, decorado con cerámicas, pinturas y el techo de vigas de madera. Sigue tal como era hace diez años, cuando vinimos en primavera.

El dueño no estaba en esos momentos y nos atendió una empleada del restaurante, con su cofia blanca, que nos acompañó hasta nuestra habitación pequeña y limpia, con balcón sobre la calle por donde fluye el río Huécar.

Cuenca es mágica también bajo la lluvia y no nos da pereza ascender por las calles empinadas hasta la Plaza Mayor. Durante el trayecto nos detenemos a hacer fotos de rincones solitarios y encantadores. En la parte alta, tomo una fotografía de la catedral, de estilo gótico francés. A aquellas horas del atardecer, bajo un cielo encapotado, el edificio resulta impresionante, más que a plena luz del día. Además, no se ve un alma alrededor.

La lluvia persiste fina y silenciosa, y optamos por entrar en el único bar abierto. Yo recordaba otro (tal vez en el mismo local) llamado Bar Plaza Mayor, decorado al estilo castellano, con sus sillas de anea y mobiliario de madera. Este local lo han modernizado y se impone el diseño sobre la comodidad. Banquetas de asiento cuadrado, forradas de material sintético, elevadas sobre el suelo, al igual que las pequeñas mesas también cuadradas. De modo que para tomar algo hay que encaramarse sobre esas banquetas de superficie resbaladiza, muy incómodas para personas de baja estatura como yo. Veo que algunos consumen en plan grulla, apoyando un pie en el suelo y otro en un travesaño del taburete. ¡Adiós confort!

El camarero, con gesto huraño, nos sirve unos vinos sin incluir ninguna tapa. Le pedimos cacahuetes y nos sirve un platito con frutos secos, muy salados. Después se aleja al otro extremo donde se le oye manejar cubiertos. Imagino que los seca y ordena.

Entran algunos jóvenes con olor a tabaco. Hablan en voz alta.

Siento nostalgia de aquel tiempo en que los  bares de la plaza respiraban alegría y profesionalidad. Cuando las tapas inundaban los mostradores con aromas apetitosos y servían menús con generosas raciones de huevos con jamón.

En cambio, este bar de ahora resulta mezquino con su decoración fea y deteriorada. Por no hablar del hombre de la barra, con su cara de pocos amigos ante un mostrador desierto. ¿Qué le pasa a esta ciudad? Ni bullicio, ni jolgorio, ni alegría. La gente consumiendo alcohol y fumando a la puerta del local, casi bajo la lluvia. Y la inevitable sensación de decadencia, de empobrecimiento.

Es cierto que llueve y se acerca la noche, pero precisamente por ello, uno echa de menos locales confortables donde sentirse resguardado y bien acogido. Tal vez, una sonrisa.


Llueve en el río.

Un gato se refugia

bajo unas matas.




(fotografía: Susana Benet)


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