jueves, 1 de diciembre de 2022

CUENCA EN NOVIEMBRE

 



VIAJE A CUENCA-I

Ayer llovió, pero hoy el día es claro y radiante. Hemos dejado a Sam, nuestro perro, en casa con mi hijo, y todo se ha ajustado al horario previsto. El taxi nos ha traído a la estación sin demora y en la cafetería hemos tenido tiempo de tomar unos deliciosos bocadillos de jamón con el café. La única nota discordante era un hombre, o más bien, su voz, que sonaba por encima de cualquier otro sonido, incluso el de la máquina de café del mostrador.

Qué sensación tan extraña viajar después de tres años sin hacerlo, por la maldita pandemia.

Ayer llamé a la Posada Los Tintes y me dijeron que en Cuenca estaba lloviendo, aunque el hombre, muy amable, puntualizó: “Pero aquí no llueve como en la costa”. Menos mal. Imagino una lluvia parecida a la de Edimburgo, de esas que apenas te mojan los zapatos.

También lloverá mañana, posiblemente, si se cumplen las predicciones.

Llueva o no llueva, los colores del otoño en Cuenca seguirán siendo los mismos: amarillos, dorados, rojos, salpicados de verde y gris.

Vuelvo a mirar por la ventanilla del tren, como en tantos otros trayectos del pasado. Se suceden los huertos que rodean la ciudad, algún túnel inesperado, y al salir, de nuevo huertos y palmeras.

Tal vez este viaje me ayude a superar la apatía, incluso melancolía, por estos años inciertos en que todo suponía una amenaza. En que nos hemos vigilado unos a otros: vacunados y no vacunados. Afortunadamente, el miedo no ha aniquilado mi voluntad ni mi sentido común  y he atravesado ese tiempo inhóspito con confianza en mi instinto y en mis propias defensas.

El cielo empieza a encapotarse. Unas nubes grises rozan la cima de una montaña. Cerca hay pinos de un verde intenso. También filas de olivos jóvenes. Llegamos a Requena.

La gente no tiene cuidado al hablar por el móvil y todos nos enteramos de lo que dicen, aunque existe la norma de utilizar las plataformas del vagón para esas charlas.  Por un lado las personas respetan el uso de las mascarillas, pero no respetan la norma de “no molestar” a los demás hablando en voz alta. La verdad es que es un fastidio, me distrae del paisaje y de mis pensamientos. Menos mal que nuestro viaje sólo dura una hora.


Sólo una mancha,

el arbusto creciendo

junto a las vías.




(fotografía: Susana Benet)



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