VIAJE A CUENCA - V
Hoy, por la mañana, apenas
llueve y hemos abierto el balcón y subido la persiana de tiras de madera (como
las antiguas). Hemos podido contemplar desde arriba el estrecho cauce del río
Huécar rodeado de vegetación verde y dorada, resaltada por la oscuridad de la
piedra.
El posadero nos indica un
bar donde desayunar muy cercano, a la vuelta de la esquina. Es un local
agradable, con una decoración actual, pero sin estridencias. La temperatura es
cálida y disfrutamos de un café americano acompañado por tostadas de tomate.
Hay dos o tres clientes charlando en el mostrador con el dueño. Hombres de
cierta edad que hablan en voz muy alta, algo que ya había observado en la población en general.
Creo que hablan sobre fútbol, pero
también noto cierto desánimo cuando uno de ellos exclama: “¡Cuando veas las
barbas de tu vecino cortar…!” Aunque no concluye el refrán, es de mal agüero.
De nuevo salimos a las
calles húmedas, donde el aire es limpio y saludable. Mi paraguas se ha
estropeado y no cierra bien. De camino a la calle Carretería, donde solía haber
comercios, bares y cafés abiertos, nos detenemos en una copistería donde venden
artículos variados. La encargada está en la puerta, hablando con otra mujer y
al preguntar, me dice que sólo le queda un paraguas. Es azul oscuro con
estrellitas blancas y tiene cierta calidad, no es como los de los bazares a
tres euros. Aunque vale más de siete, lo compro.
La lluvia apenas molesta y
caminamos calle abajo hacia el río. Queremos visitar una alfarería en la orilla
opuesta, en la avenida de los Alfares. Cruzamos por el puente de San Antón. Me
detengo a hacer unas fotos de la corriente que arrastra hojas amarillas bajo
las copas doradas de muchos árboles que se inclinan sobre la corriente. El
espectáculo es emocionante. En la otra orilla, nos detenemos ante las puertas
de una iglesia pequeña para hacer un par de fotos. Después caminamos en busca
del alfarero. Nos detenemos a preguntar a unos hombres que charlan a la puerta
de un bar. Nos indican que se trata de una exposición, que no es una tienda.
Consultando el móvil, nos enteramos de que está cerrada. Desilusión.
Decidimos entonces caminar a
lo largo de la orilla del río, sobre la mullida alfombra de hojas que a menudo
van cayendo movidas por la brisa como lluvia amarilla. Filmo un vídeo de pocos
segundos. Después me detengo a fotografiar un pequeño arbusto repleto de hojas
caídas que contrastan con su color verde oscuro y sus bayas granate. Es como
una escultura creada por la naturaleza.
Tras nuestro paseo, ya sin
lluvia, regresamos hacia el parque de San Julián cercano a la posada. Por el
camino observo cantidad de locales comerciales cerrados o en venta y lamento
que aquel ambiente festivo que conocí en esa misma calle hace años, con cafés y
bares en plena actividad, se haya transformado en un lugar anodino, casi sin
vida, de muros invadidos por pintadas feas y vulgares, y escaparates
polvorientos. Algunos edificios muestran en sus ventanas carteles de “SE
VENDE”.
De nuevo la sensación de
ruina y abandono, tan frecuente en estos tiempos. Y que en esta hermosa ciudad se
aprecia de forma más rotunda.
Caen despacio,
mojadas por la lluvia,
hojas doradas.
(fotografía: Susana Benet)
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