sábado, 10 de diciembre de 2022

CUENCA EN NOVIEMBRE (continuación)

 



VIAJE A CUENCA - V

Hoy, por la mañana, apenas llueve y hemos abierto el balcón y subido la persiana de tiras de madera (como las antiguas). Hemos podido contemplar desde arriba el estrecho cauce del río Huécar rodeado de vegetación verde y dorada, resaltada por la oscuridad de la piedra.

El posadero nos indica un bar donde desayunar muy cercano, a la vuelta de la esquina. Es un local agradable, con una decoración actual, pero sin estridencias. La temperatura es cálida y disfrutamos de un café americano acompañado por tostadas de tomate. Hay dos o tres clientes charlando en el mostrador con el dueño. Hombres de cierta edad que hablan en voz muy alta, algo que ya  había observado en la población en general. Creo que  hablan sobre fútbol, pero también noto cierto desánimo cuando uno de ellos exclama: “¡Cuando veas las barbas de tu vecino cortar…!” Aunque no concluye el refrán, es de mal agüero.

De nuevo salimos a las calles húmedas, donde el aire es limpio y saludable. Mi paraguas se ha estropeado y no cierra bien. De camino a la calle Carretería, donde solía haber comercios, bares y cafés abiertos, nos detenemos en una copistería donde venden artículos variados. La encargada está en la puerta, hablando con otra mujer y al preguntar, me dice que sólo le queda un paraguas. Es azul oscuro con estrellitas blancas y tiene cierta calidad, no es como los de los bazares a tres euros. Aunque vale más de siete, lo compro.

La lluvia apenas molesta y caminamos calle abajo hacia el río. Queremos visitar una alfarería en la orilla opuesta, en la avenida de los Alfares. Cruzamos por el puente de San Antón. Me detengo a hacer unas fotos de la corriente que arrastra hojas amarillas bajo las copas doradas de muchos árboles que se inclinan sobre la corriente. El espectáculo es emocionante. En la otra orilla, nos detenemos ante las puertas de una iglesia pequeña para hacer un par de fotos. Después caminamos en busca del alfarero. Nos detenemos a preguntar a unos hombres que charlan a la puerta de un bar. Nos indican que se trata de una exposición, que no es una tienda. Consultando el móvil, nos enteramos de que está cerrada. Desilusión.

Decidimos entonces caminar a lo largo de la orilla del río, sobre la mullida alfombra de hojas que a menudo van cayendo movidas por la brisa como lluvia amarilla. Filmo un vídeo de pocos segundos. Después me detengo a fotografiar un pequeño arbusto repleto de hojas caídas que contrastan con su color verde oscuro y sus bayas granate. Es como una escultura creada por la naturaleza.

Tras nuestro paseo, ya sin lluvia, regresamos hacia el parque de San Julián cercano a la posada. Por el camino observo cantidad de locales comerciales cerrados o en venta y lamento que aquel ambiente festivo que conocí en esa misma calle hace años, con cafés y bares en plena actividad, se haya transformado en un lugar anodino, casi sin vida, de muros invadidos por pintadas feas y vulgares, y escaparates polvorientos. Algunos edificios muestran en sus ventanas carteles de “SE VENDE”.

De nuevo la sensación de ruina y abandono, tan frecuente en estos tiempos. Y que en esta hermosa ciudad se aprecia de forma más rotunda.

 

Caen despacio,

mojadas por la lluvia,

hojas doradas.

 



(fotografía: Susana Benet)


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