jueves, 8 de diciembre de 2022

CUENCA EN NOVIEMBRE (continuación)

 



VIAJE A CUENCA - IV

Algo reconfortados por el vino, emprendemos el regreso por calles descendentes y escaleras, buscando en la parte baja algún local más ameno. Llegamos a la zona de la Diputación donde recordaba un bar llamado “La Ponderosa”, famoso por sus tapas, con su fachada blanca con la única decoración de una rueda de carro negra. En esos momentos está cerrado y nos dirigimos a otros bares contiguos que están abiertos. Nos decidimos por uno de aspecto acogedor, El Rincón de Teófilo. Sigue lloviendo y este bar tiene una temperatura agradable, con mobiliario normal, donde no hay que encaramarse para consumir.

Sólo hay dos mesas ocupadas por clientes solitarios. La camarera, joven y sonriente, nos sirve dos vinos que acompaña con un montadito de chistorra. Antes coloca un mantel de papel sobre la mesa y un cestito con rebanadas de pan. Pedimos un par de raciones de la carta.

Al poco rato entra un matrimonio que se instala en la barra. Más tarde llegan dos hombres jóvenes con un niño pequeño, de tres o cuatro años. El niño tose, pero al rato oigo toser también al que parece su padre. Están detrás de mí. El padre tose sin cubrirse la boca. Y empiezo a sentirme incómoda.

De pronto, las tostas de ventresca que hemos pedido ya no me parecen apetitosas y lo que más deseo es salir del bar donde padre e hijo tosen a menudo. Con una tarde lluviosa y fría pienso que el niño debería estar calentito en casa. Creo que un bar no es el mejor sitio para él. Pero lo que yo crea no cuenta. Cada cual vive como quiere y yo no soy nadie. Por eso, lo mejor es despejar el terreno y olvidarme del niño y de su tos.

Tenemos la ropa húmeda, el chubasquero de Gabi no se ha secado. Decidimos volver a la posada y darnos una ducha caliente. Vemos la tele un rato y nos dormimos enseguida. Es muy agradable reposar entre las sábanas tibias, protegidos de la lluvia y el frío.

Nos apetece aprovechar la mañana siguiente al máximo. Y ojalá deje de llover.

Antes de dormir, leo unos mensajes que me envía mi hijo acompañados por unas fotos de nuestro perro, Sam, que me parece más triste de lo habitual. Seguramente nos extraña, aunque esté en buenas manos, pero es la primera vez que nos separamos de él. Era un perro abandonado y aunque ya vive tres años con nosotros, creo que el temor al abandono no ha desaparecido por completo.

A mí empieza a dolerme el ojo derecho, tal vez por el frío y la humedad. A veces lagrimea. Por eso me viene bien cerrarlo y descansar.


Llega el murmullo

del río hasta mi almohada.

Pequeño hostal.

 



(fotografía: Susana Benet)



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