VIAJE A CUENCA-II
Veo hileras de viñas
podadas, que apenas emergen del suelo. La tierra tiene un color ocre rojizo.
La estación de Requena se ve
desierta. Sólo unos pocos viajeros que acaban de descender del tren.
El cielo tiene un fondo
azul, cubierto en parte por amplias nubes blancas y algunas más finas, de tono
gris morado. Falta media hora para nuestro destino.
¿Por qué me molestarán tanto
las voces ajenas? Yo también hablo a veces, pero procuro hacerlo en voz muy
baja como en una iglesia o en una
lectura poética.
Acabo de ver dos arbolitos
amarillos. Nos adentramos en el interior de la provincia.
En los ribazos, junto a las
vías, crecen matorrales de colores tristes. También el cielo se oscurece cada
vez más. Menos mal que llevamos paraguas.
¿Soy insociable? A veces soy
muy sociable y disfruto de la compañía, pero en general estoy mejor sola. Y si
me reúno con alguien, prefiero que las citas sean breves, de dos horas a lo
sumo. Al cabo de ese tiempo, siento deseos de huir. Es algo que viene de muy
atrás, esa incomodidad cuando mi madre me llamaba, interrumpiendo mis juegos,
para ordenarme poner la mesa o ayudarla a plegar las sábanas. Yo estaba entonces
enfrascada en mis fantasías, como dentro de un huevo acogedor, por eso obedecía
de mala gana, añorando volver cuanto antes a mi soledad.
Los pinos van adquiriendo el
tono sombrío del cielo. Ahora, un embalse de aguas azul verdosas, con un
pequeño islote en medio cubierto por vegetación.
El tren avanza. Se va lo
verde y llegan los colores ocres de la tierra.
A lo lejos, camiones con los
faros encendidos, luces ámbar entre las masas azuladas de los pinares.
Aunque
se inclina,
el
álamo amarillo
apunta al cielo.
(fotografía: Susana Benet)
Qué grsto compartir ése viaje, lleno de colorido, recuerdos y emoción.
ResponderEliminarBesos.
Gracias, Amapola. Besos
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